“Voy al super y vuelvo, llevo a marquitos”. Algo sencillo, cotidiano. Ir a comprar algo para cenar. Llegamos, era cerca. En realidad, lo primero no lo dije, solo lo pensé, la costumbre es difícil de erradicar, o en realidad esperaba que alguien me oyera, pero estaba solo, bueno, no solo del todo, estaba marquitos. Llegamos y llenamos el carrito con lo necesario para comer un par de días y fuimos a la caja. Marquitos miró con curiosidad todo lo que habíamos elegido, luego me miró con la misma curiosidad y frunció el ceño en una mueca de preocupación y desconcierto. “Papá…No llevas el whisky?” La voz de alarma sonaba otra vez, pero no quise escuchar, como cuando suena el despertador colándose en el sueño, un ruido extraño en la lejanía que se hace fuerza para ignorar para seguir durmiendo. Debería haber parado…
“Me llamo Rodrigo y soy alcohólico.” El silencio que siguió me pegó de lleno. Esperaba una respuesta ingeniosa para poder rematar con un dialogo chistoso, pero no había nada de qué reír, tampoco había alguien que escuchara, solo un reflejo en el espejo que supuse que era yo porque sabía que estaba en mi baño, desnudo, con una botella en la mano.
Soy Rodrigo y soy alcohólico, escribo desde el futuro relatando un pasado que arruinó mi presente, soy complicado y me gusta escribir y en un tiempo me gustaba recordar lo que escribía, pero ya no soy capaz, tampoco sé si los papeles que aparecen cada mañana sobre el escritorio son míos porque no me acuerdo de mucho.
Pero como podría abandonar a un amigo que siempre estuvo ahí, siempre en mi mano. Escribo en retrospectiva porque así me gusta, miro sobre el hombro las sobras que me siguen, las siento cerca y apresuro la marcha, porque soy alcohólico. Lo peor de la aceptación es que se hace carne, se “ES” algo que tal vez no cambia, pensé que solo tenía que aceptarlo y ya, pero solo me justifiqué.
¿qué hubiera pasado si no hubiera hecho al alcohol parte de mi vida? Tal vez seguiría casado, feliz, viviendo todos juntos con marquitos, lo llevaría a jugar al futbol, lo vería los domingos comiendo un choripán. Tal vez no. Tal vez hubiera aprendido a moldear cerámica, tal vez no me temblarían tanto las manos. Tal vez estuviera casado con otro amor o tal vez no.
Escribo en retrospectiva porque sé que tomar no solo fue alcohol, sino malas decisiones y eso complicó mucho las cosas. Tal vez me hubiera divorciado de todas formas y hubo otro gran amor, o al menos en potencia, pero sé que no, porque me encargué de ahogarlo de un trago. Y ahí andan, las cosas que perdimos tratando de apagar el fuego, trago tras trago de alcohol, se supone que un líquido apaga el fuego, pero no sabía mucho de química y menos de psicología, ¿para qué hablar con un extraño si puedo hablar conmigo mismo a las tres de la mañana abrazando un bidet? Qué idiota.
¿Cuántas realidades habré ahogado de un trago? Nunca fue un solo trago. Existen realidades en las que nunca llegué tarde a casa oliendo a baño público donde abrazo a mi familia, hay otra realidad en la que no puse una milanesa en el aceite y me dormí sentado esperando, donde la cocina sigue intacta y mi gata viva. Hay otra realidad en la que no avergüenzo de quien soy, que puedo andar sin la etiqueta atada al dedo gordo del pie. Existe otra realidad que hice todo lo que hice, en la que no lo perdí todo, en la que no quedé solo.
Pero nunca pensé en todo esto, no podía beber y pensar, creo que para eso tomaba.
Me llamo Rodrigo y soy alcohólico, también un mentiroso y negador. Creí que las señales de alarma llegaron todas juntas, pero no, siempre las negué porque siempre estuvieron ahí. En todas las fotos que nunca descolgué porque en el fondo creía que todo volvería a ser como siempre fue, estaba siempre de la mano de mi mejor amigo, en todas, hasta en la foto de casamiento bajo el arco de flores, yo no la miraba a ella miraba la copa en mi mano. Ahí empecé a recordar, porque ya no tenía plata para comprar y la abstinencia me hizo pensar, no sé cuándo fue la última vez que comí algo sólido.
La sed voraz, ese era el problema, todas las otras adicciones llegaron por añadidura, para estar más tiempo despierto para seguir tomando, de solo recordarlo salivo y me da sed. No solo bebía cuando estaba solo, cualquier excusa era válida para tomar. Amigos, feriados, días santos, después del trabajo, antes del trabajo, durante el trabajo, mientras cocino, mientras escribo, antes y después de tomar, porque la última copa será antes de morir, como esta última lata.
Me niego a aceptar toda la culpa, porque sino no recordaría todo lo que quiero olvidar, pero lo recuerdo igual, no recuerdo ningún nombre de todos los bares que fui, y fui a todos porque de todos me echaron, por hacer el ridículo o por no pagar, pero si recuerdo cómo llegar, donde queda cada antro, cada kiosco que venden el fernet preparado más nocivo y barato, cada plaza donde hay crotos más o menos amigables que te convidan un trago de lo que están tomando, que incluso lo preparan ellos mismos.
Me niego a aceptar todo lo que hice y me miento al mismo tiempo.
Son las 16:45, mi abuela se estaría tomando un té, pero yo estoy terminando una lata de cerveza con el estómago vacío hace días. Le echo la culpa al alcohol, porque me hizo como soy y no puedo ser sin él, ya lo intenté muchas veces, pero esta es la definitiva.
Si lo pienso bien, esta misma abuela me pidió que descorchara un vino en su funeral, no puedo aceptar toda la culpa, no era del todo mi problema. O Sí… no lo sé…capaz hubiera sido por otra cosa pero… ya es muy tarde
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Voz de alarma (concurso cuento)
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