Turno noche
En una vieja casona de principios del siglo XX, devenida ahora en un depósito de gerontes, ahí en la última habitación ivernaba Rolo , un viudo comandante retirado de la policía provincial.
Quedaba para él, la desganada pieza que originalmente servía de depósito de la antigua construcción. Era el único varón residente en el geriátrico. Y lo mantenían así, porque su cuota era tres veces más cara que las viudas de adelante.
La casa, que originalmente era la envidia del barrio y la depositante de viejas modernidades y de lujos europeos.; es ahora, fruto del paso del tiempo, la dejadez y la falta de mantenimiento; un paraíso para la humedad y los hongos de las paredes. Cada vez que la lluvia los visitaba, la casa era un baldío de barro y agua que habilitaba a los empleados y médicos a caminar por los costados, los grandes pasillos eran tomados por la corriente y las goteras que gobernaban fugaz, pero fuertemente en el lugar.
El retirado policía sufría una parálisis que lo postraba de por vida en la cama. Solo se comunicaba con gruñidos y miradas de desprecio. Tal era su mala fama en el casa, que el servicio para él estaba destinado para los empleados más rústicos o para aquellos que debían pagar derecho de piso. A tal punto que su atención se discutía en las reuniones de trabajo al mismo nivel que las vacaciones, se recuerdan viejas negociaciones entre pares, de cambiar la primera quincena de enero, por una semana sirviendo al viejo. Lo que tenía de rígido e inmóvil en la cama, le sobraba de bravo y despreciable. En el turno noche, entre cartas y apuestas, se jugaba toda la banca a cambio de un cambio de paneles del retirado.
Y así se pasaba el tiempo en el geriátrico, entre cambios de pañales, papillas y pastillas. Que raro que es el tiempo, cuando se espera la parca y ella, terca no se aparca en esta orilla. Parecería que mientras más se la espera o añora, más tarda en llegar. Esa lenta atmósfera del lugar solo era violentada cada sábado de mañana, cuando los familiares llegaban al lugar para lavar culpas y sacarse fotos, con los desorientados ancianos. Pero nadie llegaba al fondo. Solo Rolo, con su inmutable quietud y su bronca por morir.
Esos días se disimulaba el olor a humedad con baldazos de desinfectante, nada más despreciable que la estridente combinación de lavandina y ese agrio, omnipresente y casi nítido aroma a viejo. Pero a la del fondo, definitivamente, eso no llegaba.
Una semana llegaron dos estudiantes de bioingeniería al lugar, querían probar un proyecto que estaban haciendo para su tesis. Para lo cual necesitaban un paciente que esté lúcido pero postrado. Y a la gerencia, le pareció oportuno llevarlos con Rolo, así los empleados estarían más tranquilos.
Se habilitaron los permisos, ya que debería estar todo en orden legal, y le explicaron al policía lo que iban a realizar; al desprecio del comienzo, le siguió la afirmativa para poder realizar las pruebas, ya que dio su consentimiento (empleados y estudiantes sintieron que lo hacía para entretenerse). Entre ellos estaba Lucía, la joven enfermera que fue designada al fondo, porque al rechazar las insinuaciones del gerente, eso se ganó en premio por su desprecio. Ella no se inmutó y como el trabajo le aseguraba poder sostener a su hijo, lo realizaba sin miedo.
Las primeras sesiones pasaron sin pena ni gloria, los estudiantes debían calibrar los sensores del casco y conectarlos a una notebook, todo provisto por ellos. El proyecto duraría 6 meses aproximadamente, y el objetivo era lograr, a través de un dispositivo tipo gorro de plástico, que estaba lleno de sensores y terminales de fibra óptica, lograr traducir las señales eléctricas del cerebro y conectarlas a una laptop para que el paciente se pueda comunicar. Al principio eran sencillas emociones de agrado o desagrado, de alegría o tristeza, que podían traducirse, pero con el tiempo se fueron ampliando cada vez más.
Las tentativas sexuales del gerente hacia Lucía, se recrudecieron, a medida que ella más fervientemente las rechazaba. Así que ya era su rutina, atender la pieza del fondo. Ya no se negociaba más, ni se cambiaba por vacaciones. Ya que siempre le tocaba a ella en el turno noche.
Mientras los estudiantes seguían con su proyecto, la gerencia habilitó una modernización en toda la casa. Estaban instalando cámaras de seguridad por todas las habitaciones, se automatizaron las puertas y las luces. El gerente vendió esa modernidad a los familiares, que cambiaron una cuota mucho más alta, por creerse más conectados con sus progenitores. Todo ese sistema dependía de una inmensa central informática, que estaba oculta al público, al lado de la pieza de Rolo. Ya que si la hubieran puesto en otro lugar, los familiares y el sindicato se quejarían por las radiaciones que emite, y que afecta a las personas. Pero en el fondo, nadie se queja. Secretamente el jefe hizo instalar una cámara oculta en la ducha de las empleadas, y todas las noches, espiaba por internet el religioso baño de Lucia, cuando terminaba el turno noche.
La joven enfermera había encontrado en el postrado viejo, un confidente, una especie de silencioso escucha para su amargada situación. Le parecía mucho más fácil limpiarle el pañal al policía, que lidiar con la mierda del gerente y su lujuriosa prepotencia.
La modernización estaba concluida, el sábado sería el día esperado para la gran inauguración, al mismo tiempo los estudiantes estaban por terminar de calibrar toda la capacidad de la máquina traductora, habían avanzado enormemente en las capacidades, y Rolo ya podía comunicarse con varias frases grabadas en la laptop. Esa semana empezaría con todos los preparativos para la gran apertura tecnológica, Lucía otra vez en el turno noche. La gran central informática estaba trabajando a destajo en esos días. Y Rolo estaba practicando cada vez mejor sus interacciones.
El martes a la madrugada se largó una tormenta que estaba pronosticada para toda la semana, lo que se había gastado en los equipos, se había ignorado en tapar las goteras, así que el agua se hizo dueña del lugar. En el turno noche, estaba solamente la enfermera y un celador que estaba casi jubilado. El cual sólo dormía toda la noche, y ese día no fue la excepción. Lo que era lluvia se transformó en una terrible tormenta eléctrica y un desquiciado rayo cayó sobre el techo de geriátrico.
El sistema informático enloqueció, y todo se apagó, pero la pieza del fondo no. Como una respiración entrecortada, las luces empezaron a prenderse y apagarse, las puertas robotizadas, se habrían y cerraban como un frenético sístole y diástole de un enfermo corazón. Lucia se estaba bañando en ese momento y quedo encerrada allí, desnuda, con frío y miedo. El libidinoso gerente era un espectador a distancia, un testigo lujurioso de ese momento de terror de la enfermera.
El celador encerrado en su habitación sin poder salir, las viudas sin enterarse de nada (gracias a las pastillas para dormir) Lucia húmeda y temblorosa en el baño, el gerente viendo con los ojos llenos de lascivia y la habitación del fondo con las luces y las computadora prendida.
Se escuchaba la tormenta de afuera y un chirrido como de una camilla con las ruedas oxidadas.
La modernización del lugar había llevado que todos los aparatos estén conectados vía internet y bluetooth , todo dependía de la central que estaba al fondo. Todo se iba a inaugurar el sábado. Pero todo falló esa noche de tormenta, o no.
El gerente no pudo creer lo que vieron sus ojos, su cordura alcanzó solamente para llamar a la policía y con eso inculparse de su cámara espía, poco tiempo después se quitaría la vida.
La policía al forzar las puertas encontró un espectáculo horrible, las ancianas estaban asustadas y desorientadas, pero sanas; el celador muerto de un infarto y la enfermera… desnuda en el baño, violentada sexualmente y asesinada. Y al fondo, el retirado policía conectado al sistema de automatización de toda la casa con su casco y laptop, muerto con una erección.
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ENTREVISTA A MARTÍN KOHAN
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Para el concurso, "Turno noche"
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