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Cuento para concurso

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Daniela churruarin, Mié Dic 20, 2023 6:04 pm

Una frágil armonía

Ellos estaban en la casa desde antes. Mucho antes que mi padre y mi abuelo, incluso más atrás en el tiempo, hasta lo incalculable.
Convivimos en armonía, quizá porque aprendimos a entendernos y a guardar nuestros secretos. La casa nos hermanaba. Ellos azotaban las puertas por la noche, o arrastraban los muebles, o jugaban a silbar con el viento entre los árboles. Creo que mi familia construyó esta casa para ellos, no para nosotros. Una especie de templo, que tenía también algo de refugio. Las paredes anchas; los ambientes demasiado fríos; el piso de madera acostumbrado a crujir por las noches.
Decir que éramos sus sirvientes, sería exagerado. Aunque es cierto que ellos dependían de nosotros para mantener su existencia errante: velas encendidas en los pasillos, invocaciones, pequeños sacrificios que se dejaban en el sótano. A cambio, nos libraban de la furia de las tormentas y del calor abrasivo del verano. Mi familia, estoy seguro, vivía de los dones del campo que ellos fecundaban, sin exigir nada a cambio, más que esta casa. Que es su hogar: les pertenece.
Trabajábamos todo el día para complacerlos, había sido así desde el principio. Volver a la casa sin cumplir con las tareas era enfurecerlos. Entonces escuchábamos corridas en la escalera o gritos que no dejaban dormir en toda la noche. Algunas veces, el castigo se desataba con furia y temblaban hasta los cimientos. Mi madre lloraba en un rincón y nos protegía bajo la mesa. Escuchábamos estallar los ventanales o rasgarse las paredes y los techos. Mi padre pedía calma. No era miedo lo que sentíamos, era otra cosa: la pena infinita de haberlos defraudado. Después venían largas ceremonias para el perdón y otra vez la necesidad de ordenar la casa, que ellos habían destruido y nosotros volvíamos a construir. Era una especie de rito, una ceremonia invariable.
Ese lazo fraterno se terminó un día, sin que haya razón para explicarlo. Creo que mi familia había dejado de creer, o se había cansado, da lo mismo. Quizá, habíamos aprendido a desafiarlos y por primera vez, nos negamos a obedecer. Nadie salió al campo ese día, nadie trabajó la tierra, nos negamos a recoger los frutos.
Pronto empezó a llover y el agua entró por las fisuras en el techo y por el agujero en las ventanas, que había arrancado el viento. Mi padre prendió fuego las escaleras y pronunció un conjuro con torpeza, con cierta inseguridad, sin estar convencido. Fue una noche larga, de la que guardo pocos recuerdos. Al amanecer, solo nos quedaba la casa en ruinas y nuestro padre muerto.
Las cosechas se perdieron y el arroyo empezó a secarse. Mi madre no lloró en ningún momento, pero mientras enterrábamos a nuestro padre, notamos que algo en su cara había cambiado para siempre. Decidió que teníamos que encerrarnos en la casa y esperar. No había otro remedio. Tapió las puertas y las ventanas. Quemó los muebles. Apagó las velas y arrojó por la ventana el altar que estaba ahí desde los tiempos de mis abuelos.
Encerrados en la casa, esperamos lo peor, como se espera una calamidad o una tragedia. Ellos no eran los mismos, pero nosotros tampoco. Sentimos la calma enrarecida y entrevimos el desafío.
Todavía me cuesta adivinar si vamos a rogarles por piedad o vamos a tenderles una trampa.

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Matias, Mié Dic 20, 2023 7:03 pm

Excelente cuento, Daniela. Una historia bíblica, llevada al genero fantasmal!! Me encantó

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federico Vilar, Vie Dic 22, 2023 10:06 am

Muy bueno Daniela. Esta entre lo apocalíptico y lo extraño. Tiene vértigo, me gusta. El detalle del final abierto no es menor. Buenísimo cuento. Te felicito!!!!