El último viaje
Cuando su médico oncólogo le dio la difícil noticia de que el cáncer fue inmune al tratamiento con quimioterapia, Nora, alentada por su mejor amiga Ana, apostó su última ficha de esperanza a la medicina alternativa, realizando un viaje desde el norte de la provincia de Buenos Aires hasta la selva misionera para visitar a Don Esculapio. Desconfiada, sin embargo, de su buena reputación, fue el hecho de realizar un viaje con su amiga lo que la impulsó a tomar tal decisión. Pero estuvo muy lejos de parecerse a aquellos de la juventud, repletos de risas, bromas, cánticos desafinados y bailes descoordinados; recuerdos que unas cuantas fotografías prueban que fueron reales aunque el dolor los haya difuminado de su mente.
El estado nauseabundo y anémico en el que esta se encontraba, la obligaron a mantenerse recostada en el asiento trasero del auto, en ayuno total y en silencio; las arcadas repentinas obligaron a su amiga a salirse de la ruta varias veces entre bocinazos de camioneros.
La aldea del curandero se encontraba al margen de calles y caminos municipales, trayecto que realizaron a pie, guiadas por pañuelos rojos atados a los troncos de los árboles. “La naturaleza en sí tiene un efecto analgésico” –comentó Nora, rompiendo su largo silencio–; “pero como pájaros acostumbrados al encierro de la jaula, volveremos de los árboles al confort del alimento fácil, del palito seguro”. Su amiga, al escucharla, relajó los músculos de la cara que expresaba preocupación y estiró los brazos como si se hubiera liberado de un equipaje muy pesado.
Cuando llevaban quince minutos de caminata lenta pero incesante, se detuvieron al vislumbrar una casucha de barro y paja, rodeada por un cerco que evitaba que una vaca y algunas gallinas se alejaran. “¿Será?” –preguntó Nora– “Debe ser”–contestó Ana–, “porque más allá la vegetación parece aún más densa, casi impenetrable…”
Al ingresar se encontraron con un anciano lánguido, calvo y de barba blanca y larga que meditaba sentado sobre una almohadilla. “Disculpe…. ¿Usted?” –preguntó Ana con timidez, interrumpida por un discípulo que ingresó con dos botellita de agua fresca para las visitantes–. “Don Esculapio es ciego, sordo y mudo” –dijo él–, “tomen asiento, por favor”. Y luego de unos minutos, el misterioso anciano señaló, sorpresivamente, a la doliente con una vara y le indicó con señas que se recostara junto a él, y ella accedió, tensa y temblorosa mientras el discípulo le cubría los ojos con un pañuelo rojo y le susurraba que todo iba a estar bien.
Esculapio comenzó a soplar una flauta hecha de caña, produciendo una melodía suave, acompañada por el trinar de las aves y el sonido estridente de las cigarras. Y Nora se sobresaltó al sentir que algo comenzaba a deslizarse por su pierna derecha, era desagradable pero una fuerza mayor evitaba que pudiera reincorporarse. La criatura que reconoció como una serpiente se detuvo al llegar a la entrepierna y se fue adentrando en su sexo, provocándole espasmos frecuentes que hicieron que su amiga, asustada, intentara frenar la sesión en más de una oportunidad.
Nora despertó en el asiento trasero del auto, camino a casa; se sentía confundida y famélica, se sentía bien. El discípulo del anciano la había cargado en sus brazos todo el trayecto. Después, mientras almorzaban en una parrilla, llevó su mano precipitadamente hacia su vientre al empezar a recordar detalles del encuentro.
―¿Y la serpiente? –exclamó ella.
―¿Qué serpiente? –preguntó Ana, mientras miraba, aterrada, por debajo de la mesa.
―Sentí que una serpiente se deslizaba por mi cuerpo durante la sesión.
―Pero no hubo una serpiente ni nada similar.
―Es que… parecía… tan real –murmuró Nora, más confundida que antes.
Al atardecer se hospedaron en un cuarto de hotel y bebieron alcohol, cantaron y bailaron hasta caer rendidas en la cama de dos plazas que compartieron.
Nora falleció seis meses más tarde, cumpliéndose el pronóstico de su médico de cabecera, pero pudo disfrutar cada minuto, libre de toda dolencia y de todo malestar. En su lecho de muerte, solo su querida amiga pudo ver a una serpiente deslizándose por debajo de las sábanas blancas del hospital, para luego fundirse en un rayo tenue de luz que se filtraba entre las persianas.
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ENTREVISTA A MARTÍN KOHAN
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El último viaje (relato breve)
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Gise_cec, Mar Dic 26, 2023 5:03 pm
místico y maravilloso
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Noni Gonzalez, Jue Feb 15, 2024 2:01 pm
Una historia triste con un rayito de luz. Me gustó. Noni