Bolaño, una bitácora...
Publicado: Sab Dic 09, 2023 9:22 pm
8 de diciembre:
“Ya que no tengo nada que hacer he decidido buscar a Belano y a Ulises Lima por las librerías del D.F.”.
La relación entre Bolaño y los libros fue siempre compleja y brutal, como su escritura. Ya no hablamos de un lector compulsivo, sino de un verdadero desquiciado que parece estar dispuesto a leer todos los libros, todos los autores, todos los estilos: cada texto que cae en sus manos tiene un valor único, invaluable.
Alguna vez bromaron con Rodrigo Fresán, acerca de que cada uno había leído la mitad de todo lo escrito: lo que no había leído Bolaño, seguro lo había leído Fresán. La humorada sirve para ilustrar la pasión por la lectura que transforma, porque la lectura es eso: convertirnos en otra cosa.
Durante su adolescencia en México, consagrado a la poesía, fundó el movimiento Infrarealista, junto a su amigo Mario Santiago.
En palabras de Juan Villoro: no eran más que un grupo de alborotadores, que querían copar la escena cultural mexicana a fuerza de escándalos, provocaciones e irreverencia. Sin embargo, es el propio Villoro quien destaca el valor de esa vanguardia intransigente; porque la vanguardia siempre es renovación, es la contracultura, es -a fin de cuentas- la propuesta de algo distinto: el ideal de los jóvenes en lucha.
De ese Bolaño alborotador, ferviente opositor a Octavio Paz (el grupo llegó, alguna vez, a tomar por asalto una presentación del poeta, insultándolo e invitándolo a pelear ahí mismo), del adolescente que recorría las calles del D.F. sin otro propósito que hacer literatura, nos queda su amor por Rimbaud y por Lautrèamount: los poetas jóvenes, con los que siempre se sintió identificado. Esas lecturas iban a marcar su poesía, pero sobre todas las cosas, su forma de ver la vida: entregada a la escritura.
Luego llegaría España. Cataluña. Blanes. La costa brava. Trabajos esporádicos que apenas alcanzaban para comprar algo de comida y cigarrillos: a los libros, había que robarlos. El mismo Bolaño reconoció, más de una vez, que no era un buen ladrón de libros, pero que el estado de necesidad lo había llevado a serlo. Muchas lecturas de Borges y del Boom, mucho estudio de los autores norteamericanos, que iban a moldear su estilo: Phillip K Dick, Raymond Carver, Kennedy Toole. También aprovechó esa época en Blanes, donde trabajaba de seguridad en un camping, para releer a Kafka, a Bioy, a Perec. Tiempo de retomar a sus poetas imprescindibles. Mucho Enrique Linch; con quien mantuvo un intercambio epistolar que le salvó la vida.
Ya había llegado el momento de sus primeras novelas importantes, como la Senda de los Elefantes y La Pista de Hielo. Pronto llegaría La literatura Nazi y Estrella Distante. Roberto ya estaba en el radar de las grandes editoriales y para ese entonces, el apetito voraz de la lectura, lo había llevado desde sus poetas queridos en el cono sur, hasta los escritores japoneses como Murakami. Había hecho un culto de Foster Wallace y se declaraba fanático de Tito Livio y Petronio. Toda la historia de la literatura, parecía converger en ese hombre, que todavía se ganaba la vida vendiendo bisutería en la Costa Brava.
Pronto llegaría la enfermedad, pero también la gloria. El éxito de Los Detectives Salvajes le daría el premio Herralde y el Rómulo Gallegos. Y no sólo eso, la novela era en si misma un cheque en blanco de la editorial, para que se embarcara en su proyecto más ambicioso, el que no llegaría a ver nunca: 2666.
Siguió leyendo hasta el último momento, de forma empedernida. Se hacía llevar los libros a su habitación del hospital y fue, quizá, la gravitación de esos objetos la que lo ayudó a partir en paz. Era julio de 2003 y se iba sin dudas uno de los escritores más grandes de nuestra lengua. Y el lector más grande, sin duda alguna…
“Ya que no tengo nada que hacer he decidido buscar a Belano y a Ulises Lima por las librerías del D.F.”.
La relación entre Bolaño y los libros fue siempre compleja y brutal, como su escritura. Ya no hablamos de un lector compulsivo, sino de un verdadero desquiciado que parece estar dispuesto a leer todos los libros, todos los autores, todos los estilos: cada texto que cae en sus manos tiene un valor único, invaluable.
Alguna vez bromaron con Rodrigo Fresán, acerca de que cada uno había leído la mitad de todo lo escrito: lo que no había leído Bolaño, seguro lo había leído Fresán. La humorada sirve para ilustrar la pasión por la lectura que transforma, porque la lectura es eso: convertirnos en otra cosa.
Durante su adolescencia en México, consagrado a la poesía, fundó el movimiento Infrarealista, junto a su amigo Mario Santiago.
En palabras de Juan Villoro: no eran más que un grupo de alborotadores, que querían copar la escena cultural mexicana a fuerza de escándalos, provocaciones e irreverencia. Sin embargo, es el propio Villoro quien destaca el valor de esa vanguardia intransigente; porque la vanguardia siempre es renovación, es la contracultura, es -a fin de cuentas- la propuesta de algo distinto: el ideal de los jóvenes en lucha.
De ese Bolaño alborotador, ferviente opositor a Octavio Paz (el grupo llegó, alguna vez, a tomar por asalto una presentación del poeta, insultándolo e invitándolo a pelear ahí mismo), del adolescente que recorría las calles del D.F. sin otro propósito que hacer literatura, nos queda su amor por Rimbaud y por Lautrèamount: los poetas jóvenes, con los que siempre se sintió identificado. Esas lecturas iban a marcar su poesía, pero sobre todas las cosas, su forma de ver la vida: entregada a la escritura.
Luego llegaría España. Cataluña. Blanes. La costa brava. Trabajos esporádicos que apenas alcanzaban para comprar algo de comida y cigarrillos: a los libros, había que robarlos. El mismo Bolaño reconoció, más de una vez, que no era un buen ladrón de libros, pero que el estado de necesidad lo había llevado a serlo. Muchas lecturas de Borges y del Boom, mucho estudio de los autores norteamericanos, que iban a moldear su estilo: Phillip K Dick, Raymond Carver, Kennedy Toole. También aprovechó esa época en Blanes, donde trabajaba de seguridad en un camping, para releer a Kafka, a Bioy, a Perec. Tiempo de retomar a sus poetas imprescindibles. Mucho Enrique Linch; con quien mantuvo un intercambio epistolar que le salvó la vida.
Ya había llegado el momento de sus primeras novelas importantes, como la Senda de los Elefantes y La Pista de Hielo. Pronto llegaría La literatura Nazi y Estrella Distante. Roberto ya estaba en el radar de las grandes editoriales y para ese entonces, el apetito voraz de la lectura, lo había llevado desde sus poetas queridos en el cono sur, hasta los escritores japoneses como Murakami. Había hecho un culto de Foster Wallace y se declaraba fanático de Tito Livio y Petronio. Toda la historia de la literatura, parecía converger en ese hombre, que todavía se ganaba la vida vendiendo bisutería en la Costa Brava.
Pronto llegaría la enfermedad, pero también la gloria. El éxito de Los Detectives Salvajes le daría el premio Herralde y el Rómulo Gallegos. Y no sólo eso, la novela era en si misma un cheque en blanco de la editorial, para que se embarcara en su proyecto más ambicioso, el que no llegaría a ver nunca: 2666.
Siguió leyendo hasta el último momento, de forma empedernida. Se hacía llevar los libros a su habitación del hospital y fue, quizá, la gravitación de esos objetos la que lo ayudó a partir en paz. Era julio de 2003 y se iba sin dudas uno de los escritores más grandes de nuestra lengua. Y el lector más grande, sin duda alguna…