El asunto es como los títulos: cuestan, a veces. Así que empecemos con un "Hola", como para no enroscarnos.
Publicado: Dom Dic 10, 2023 10:18 pm
El tiempo de lectura es de 18 minutos.
Me considero un lector constante. No, no soy fan de Stephen King. Para mí, es una especie de deidad, solamente. Pero también lo digo porque desconozco cuál es la media de un lector promedio, ni tampoco me interesa. Suelo conversar con personas que leen mucho más que los quince, dieciséis libros que leo (con toda la furia) al año. Pero, eso sí (y por eso me considero un lector constante, en realidad), sucede de manera similar todos los años, desde… no sé, hace mucho.
Leo por placer, y nada más. Soy, si se quiere, un lector desfachatado, porque leo para entretenerme y solo eso. No busco el sentido de la vida en los libros. Ni ser más culto. No quiero ser más intelectual, de hecho, detesto a los intelectuales de mierda.
Mi constancia en la lectura tiene que ver con que soy selectivo. No solamente leo lo que me gusta o, desde otro lado, lo que desconozco. No me enfrascaría nunca en una historia de amor; las he empezado y muero en la tercera página. Pero sí soy capaz de devorar en dos días 600 páginas de una novela de horror y sufrimiento. Si la angustia es psicológica, mejor que mejor. Me fascina encontrarme en el o los lugares en donde transcurre la historia. Meterme en la mente, en la piel, en los sentimientos de sus personajes. Necesito saber qué ven, qué huelen, tocan y escuchan. Preciso conocerlo todo.
O no.
Porque también me gustan las historias cortas: cuentos.
Yo escribo cuentos.
Y es entonces que, ahí, cambia todo.
Porque, en los cuentos, existen ciertas reglas que no se rompen y, en caso de querer romperlas, hay que conocerlas muy bien. Si hay algo que me gusta, es escribir historias que engañen al lector. Me esmero a morir en no defraudarlo, en que si el tipo o la mina me leen diez, doce páginas, siento que les debo un buen final que ellos no esperen. Si con ese final, los puedo hacer sentir mal, soy feliz. Los escribo con pasión. Los escribo a todo rock. Los escribo hasta que me consumen de tal manera que no puedo pensar en nada más, hasta que los termino de corregir. No tiro nada de lo que escribo. Guardo todo, hasta las ideas más estúpidas (tengo una carpeta que se llama “ideas estúpidas”, de hecho… otra que se llama “cosas inconclusas” y otra que, buen, ni amerita que entre en detalles).
A veces, las historias salen, como servidas en una sopa de magia. Otras, las tengo que laburar un montón. Si hay algo que puede torturarme, es tener un disparador y no contar con el final; o viceversa. Lo demás, lo del medio, digamos… bueno, es ahí cuando me pongo a laburar. Casi todos los días son iguales. Casi toda la música que escucho mientras, tiene una guitarra eléctrica que me parte al medio el corazón.
¿A ustedes les sucede de estar en el mercado, comprando algo, y de repente alguien les habla, pero no entienden de qué les están hablando, porque están pensando en esa señora que no sabe si bajar al sótano o no, para ver que son esos ruidos? A mí sí. Porque, si baja o no baja, me cambia la historia. Me gusta pensarlas. Y me fascina escribirlas.
Tengo dos lectores ideales que me pegan con cada cosa que no funciona en mis cuentos, y me encanta que sean crueles. Y que se espanten, o se asqueen.
Bueno, eso. Ah, nada, me dicen Edu. Me encantan los bares y todo lo que puede consumirse en ellos. Soy noctámbulo, algo obsesivo y bastante análogo, por lo que me costó mucho más encontrar el link y registrarme que escribir todo esto.
Sin embargo, pese a mis limitaciones, estoy convencido de algo. De que hay ciertas letras que pegan más fuerte que un martillo, y son tan filosas como la mejor espada. Soy consciente de que pueden golpear, cortar y pinchar, y de que no existe mente, corazón o alma que no puedan tocar. Pero la magia no está en las letras per sé. Está en la mano, en la cabeza que hay detrás.
Es un placer empezar a conocerles, gentes de letras.
Es un gustazo estar acá.
Y perdonen si mentí sobre lo que irían a tardar en leer todo esto. Me gusta filtrar a quienes tienen la costumbre de no tomarse unos escasos cinco minutos necesarios como para conocer a alguien, como para leer algo.
Si llegaron hasta acá, les mando un gran abrazo.
Me considero un lector constante. No, no soy fan de Stephen King. Para mí, es una especie de deidad, solamente. Pero también lo digo porque desconozco cuál es la media de un lector promedio, ni tampoco me interesa. Suelo conversar con personas que leen mucho más que los quince, dieciséis libros que leo (con toda la furia) al año. Pero, eso sí (y por eso me considero un lector constante, en realidad), sucede de manera similar todos los años, desde… no sé, hace mucho.
Leo por placer, y nada más. Soy, si se quiere, un lector desfachatado, porque leo para entretenerme y solo eso. No busco el sentido de la vida en los libros. Ni ser más culto. No quiero ser más intelectual, de hecho, detesto a los intelectuales de mierda.
Mi constancia en la lectura tiene que ver con que soy selectivo. No solamente leo lo que me gusta o, desde otro lado, lo que desconozco. No me enfrascaría nunca en una historia de amor; las he empezado y muero en la tercera página. Pero sí soy capaz de devorar en dos días 600 páginas de una novela de horror y sufrimiento. Si la angustia es psicológica, mejor que mejor. Me fascina encontrarme en el o los lugares en donde transcurre la historia. Meterme en la mente, en la piel, en los sentimientos de sus personajes. Necesito saber qué ven, qué huelen, tocan y escuchan. Preciso conocerlo todo.
O no.
Porque también me gustan las historias cortas: cuentos.
Yo escribo cuentos.
Y es entonces que, ahí, cambia todo.
Porque, en los cuentos, existen ciertas reglas que no se rompen y, en caso de querer romperlas, hay que conocerlas muy bien. Si hay algo que me gusta, es escribir historias que engañen al lector. Me esmero a morir en no defraudarlo, en que si el tipo o la mina me leen diez, doce páginas, siento que les debo un buen final que ellos no esperen. Si con ese final, los puedo hacer sentir mal, soy feliz. Los escribo con pasión. Los escribo a todo rock. Los escribo hasta que me consumen de tal manera que no puedo pensar en nada más, hasta que los termino de corregir. No tiro nada de lo que escribo. Guardo todo, hasta las ideas más estúpidas (tengo una carpeta que se llama “ideas estúpidas”, de hecho… otra que se llama “cosas inconclusas” y otra que, buen, ni amerita que entre en detalles).
A veces, las historias salen, como servidas en una sopa de magia. Otras, las tengo que laburar un montón. Si hay algo que puede torturarme, es tener un disparador y no contar con el final; o viceversa. Lo demás, lo del medio, digamos… bueno, es ahí cuando me pongo a laburar. Casi todos los días son iguales. Casi toda la música que escucho mientras, tiene una guitarra eléctrica que me parte al medio el corazón.
¿A ustedes les sucede de estar en el mercado, comprando algo, y de repente alguien les habla, pero no entienden de qué les están hablando, porque están pensando en esa señora que no sabe si bajar al sótano o no, para ver que son esos ruidos? A mí sí. Porque, si baja o no baja, me cambia la historia. Me gusta pensarlas. Y me fascina escribirlas.
Tengo dos lectores ideales que me pegan con cada cosa que no funciona en mis cuentos, y me encanta que sean crueles. Y que se espanten, o se asqueen.
Bueno, eso. Ah, nada, me dicen Edu. Me encantan los bares y todo lo que puede consumirse en ellos. Soy noctámbulo, algo obsesivo y bastante análogo, por lo que me costó mucho más encontrar el link y registrarme que escribir todo esto.
Sin embargo, pese a mis limitaciones, estoy convencido de algo. De que hay ciertas letras que pegan más fuerte que un martillo, y son tan filosas como la mejor espada. Soy consciente de que pueden golpear, cortar y pinchar, y de que no existe mente, corazón o alma que no puedan tocar. Pero la magia no está en las letras per sé. Está en la mano, en la cabeza que hay detrás.
Es un placer empezar a conocerles, gentes de letras.
Es un gustazo estar acá.
Y perdonen si mentí sobre lo que irían a tardar en leer todo esto. Me gusta filtrar a quienes tienen la costumbre de no tomarse unos escasos cinco minutos necesarios como para conocer a alguien, como para leer algo.
Si llegaron hasta acá, les mando un gran abrazo.