Concurso
Publicado: Lun Dic 11, 2023 1:14 pm
ES UN BUEN TIPO MI VIEJO
Tenía una fiesta de quince esa noche. Durante todo el día intentaron resolver como llegar al salón. Eran el año 1990 y no se contaba con la inmediatez de whatsapp. Había que organizar las cosas desde un teléfono fijo y apelar a la suerte de encontrar en casa a los destinatarios del llamado. Tomás y tres amigos llamaban a una y otra casa intentando conseguir una manera de llegar. Tenían que ir a esa fiesta. Estaba invitada la chica rubia que hacía que a Tomás se le corte la respiración, solo con verla. No hubo caso. El problema en realidad, era de Tomás. Porque su padre, José, no lo dejaba ir en colectivo. Tenían quince años, pero únicamente a él le prohibían deambular solo por la calle de noche. Y la fiesta era lejos. Sentía bronca por un cuidado desmedido y ridículo. El padre de Tomás era estricto y no daba concesiones. Hubiera sido imposible convencerlo, ni siquiera apelando al argumento de la chica amada, que por otra parte, Tomás jamás hubiera podido usar, por vergüenza.
Decidió desobedecer y mandarse en colectivo, junto con sus tres compañeros, que pasaron todo ese sábado en la casa de la familia de Tomás. Aprovecharon que el padre temido estaba fuera de la casa, jugando a las cartas en el club de la vuelta. Tomás sabía que normalmente no volvía hasta pasadas las nueve de la noche asique se pusieron el traje que era típico en este tipo de fiestas y salieron rápidamente en dirección a la calle, para tomar el colectivo setecientos siete que los dejaba a dos cuadras. Tenían la plata para el boleto preparada y aunque estaban un poco desalineados, con la corbata desprolija, se sintieron grandes. Abrieron la puerta y salieron a la vereda, entre risas. Eran las ocho, el horario los protegía. Y entonces apareció su figura en la tarde que ya se hacía noche y dejaba entrar la oscuridad. Ese día el padre de Tomás volvió bastante antes de lo usual y los cruzó justito en el momento en que estaban por concretar la desobediencia que por fin Tomás se atrevía a cometer. El mundo se le vino abajo y por un segundo navegó entre la desazón y el miedo. José se paró enfrente de su hijo y le preguntó con su voz ronca:
-¿Adonde van?
-A la fiesta de Julieta -contestó
-¿Donde es?
-En Thomkinson y panamericana.
-¿En que van?
-En colectivo
-¿Tienen plata para el boleto?
-Sí papá.
José lo agarró fuerte del cuello, se lo cerró con firmeza y le acomodó el nudo de la corbata.
-Vayan con cuidado -le dijo.
Al día siguiente José amaneció muerto y esa fue la última conversación que Tomás tuvo con su padre.
Tenía una fiesta de quince esa noche. Durante todo el día intentaron resolver como llegar al salón. Eran el año 1990 y no se contaba con la inmediatez de whatsapp. Había que organizar las cosas desde un teléfono fijo y apelar a la suerte de encontrar en casa a los destinatarios del llamado. Tomás y tres amigos llamaban a una y otra casa intentando conseguir una manera de llegar. Tenían que ir a esa fiesta. Estaba invitada la chica rubia que hacía que a Tomás se le corte la respiración, solo con verla. No hubo caso. El problema en realidad, era de Tomás. Porque su padre, José, no lo dejaba ir en colectivo. Tenían quince años, pero únicamente a él le prohibían deambular solo por la calle de noche. Y la fiesta era lejos. Sentía bronca por un cuidado desmedido y ridículo. El padre de Tomás era estricto y no daba concesiones. Hubiera sido imposible convencerlo, ni siquiera apelando al argumento de la chica amada, que por otra parte, Tomás jamás hubiera podido usar, por vergüenza.
Decidió desobedecer y mandarse en colectivo, junto con sus tres compañeros, que pasaron todo ese sábado en la casa de la familia de Tomás. Aprovecharon que el padre temido estaba fuera de la casa, jugando a las cartas en el club de la vuelta. Tomás sabía que normalmente no volvía hasta pasadas las nueve de la noche asique se pusieron el traje que era típico en este tipo de fiestas y salieron rápidamente en dirección a la calle, para tomar el colectivo setecientos siete que los dejaba a dos cuadras. Tenían la plata para el boleto preparada y aunque estaban un poco desalineados, con la corbata desprolija, se sintieron grandes. Abrieron la puerta y salieron a la vereda, entre risas. Eran las ocho, el horario los protegía. Y entonces apareció su figura en la tarde que ya se hacía noche y dejaba entrar la oscuridad. Ese día el padre de Tomás volvió bastante antes de lo usual y los cruzó justito en el momento en que estaban por concretar la desobediencia que por fin Tomás se atrevía a cometer. El mundo se le vino abajo y por un segundo navegó entre la desazón y el miedo. José se paró enfrente de su hijo y le preguntó con su voz ronca:
-¿Adonde van?
-A la fiesta de Julieta -contestó
-¿Donde es?
-En Thomkinson y panamericana.
-¿En que van?
-En colectivo
-¿Tienen plata para el boleto?
-Sí papá.
José lo agarró fuerte del cuello, se lo cerró con firmeza y le acomodó el nudo de la corbata.
-Vayan con cuidado -le dijo.
Al día siguiente José amaneció muerto y esa fue la última conversación que Tomás tuvo con su padre.