El Viejo Rafa
Publicado: Lun Dic 11, 2023 4:52 pm
El viejo Rafa
Bajo del tren, después de un sinfín de combinaciones ferroviarias, un petate pequeño, con sus pocas pertenencias al hombro; calzaba pantalones de vestir gastados azules; una camisa a rayas, con botones nacarados, algún obsequio de un adinerado; un chaleco de mangas largas verde; sobre él un saco de invierno jaspeado color marrón, parecía un gorrión; un pesado sobretodo gris liso de grandes botones; la cabeza cubierta con un raido funghi de corte escocés; toda su humanidad descansaba sobre sus botas color suela, caña alta y acordonadas.
Su cabello largo, retinto, dejaba entrever algunas canas, a la luz del sol brillaban, el pelo caía hacia los costados, tapando las orejas, cejas copiosas, los ojos claros se enmarcaban en parpados y ojeras, casi tan oscuras como la melena, un pequeño y desalineado bigote, con un tinte rubión, igual que sus dedos producto del exceso de cigarrillos y el expeler el humo por la nariz.
No paso desapercibo para los pasajeros y quienes lo vieran, a el poco le importaba, estaba acostumbrado, ya se habituarían a su presencia.
Le gusto que la estación estuviera elevada y desde ahí se pudiera ver la calle principal de la ciudad. El sol le entibio el rostro, sintió que aquí podría asentarse, al bajar los escalones y tener otra visual, pensó “en cada lugar siento que me aquerenciare y no es así, quisiera que este pueblo fuera el último”.
Camino tres cuadras, mirando hacia arriba la ornamentada y ecléctica edificación, esta era una ciudad imponente, los últimos 20 años solo conoció pueblos polvorientos.
El olor le llego primero, después recién presto atención al Bar León, era un bar para él, céntrico pero medio mugroso, el toldo metálico cubría la vereda, sería un buen lugar para tomar y ver la lluvia caer, muchas vidrieras para ver gente pasar en los inviernos y ese aroma a fritanga.
Entro, se sentó, Coco con su saco abotonado hasta el cuello color bordo lo atendió, pidió un milanesa a caballo, un pingüino y soda, se dijo: “que moderno el mozo con ese color”.
Quelo detrás de la barra preparo la comida, el olor invadió más aun el recinto. Le llego con un pan y galleta, se notaba hechos en horno de leña, lo probo y se babeo, la llena era de Acacio negro y se notaba, el lo notaba. La milanesa, y las papas, y el huevo chorreaban aceite, probó y tenía ese gusto rancio del aceite barato usado una y mil veces. Dejo el plato más limpio de lo que estaban sin usar. Se sintió satisfecho, bebió el último sorbo del pingüino cerámico.
— ¿Qué le pareció el vino? –Quiso saber Coco-
—Exquisito, Amontillado de Samay Huasy, no falla.
—Es el primero que lo prueba lo trajeron hoy, no lo conocíamos. -comento Coco-
El mozo se rasco la cabeza y se fue hacia la barra donde su hermano preparaba unos sándwich.
Se dijo para sí, “el amontillado siempre llega antes que yo”
Se levanto y salió, camino a su destino, al pasar por la plaza le gustaron las baldosas rojas, los trozos terracotas de cerámicas entre el césped y las veredas, los bancos blancos, las palmeras con coquitos, y la planta de guayaba, no extrañaría esos frutos.
El aserradero que fuera de Cabrera era su nuevo trabajo de sereno, viviría en la casa semi derruida en la esquina de Estrada y del Valle.
Las vecinas lo miraban con desconfianza, era un hombre raro, y además nadie sabía de dónde venía y cuál había sido su vida, no había chismes, eso inquietaba más a las comadronas, al no tener verdades donde edificar mentiras, comenzaron los rumores mas disimiles sobre su vida.
Los primeros en acercarse fueron los chicos, Gervasio fue el principal, luego vinieron los de su barra, El Colo, el Flaco, el Cuervo, El Mora, Morrón.
Eran niños desamparados prestos a descarriarse, el Rafa torció el destino de ellos, con mayores o menores responsabilidades zafaron de la droga y la cárcel, fueron por el camino del trabajo.
En el barrio todos lo empezaron a llamar Don Rafa, vieron lo que hacía por los pibes. Para los chicos era “el viejo Rafa”
La casa donde vivía Rafa, se empezó a llenar de gatos negros, y cuervos grandes que nunca se veían en la zona, al anochecer la casa se transfiguraba en una visión tétrica con los cuervos posados en los techos y los gatos deambulando con sus colas hacia arriba. Con el tiempo y al no traer problemas el vecindario dejo de aterrarse y hasta se sintieron protegidos por los cuervos que graznaban si algún peligro se acercaba, los gatos limpiaron de ratones y lauchas el barrio.
Ofelia había enviudado una década atrás, su andar era parsimonioso, suave, parecía que flotaba cuando caminaba, flaca, el peinado al medio y sus canas apenas superando los hombros, nadie tenía recuerdo de haberla visto con otro color de cabello, hasta decían que nació con canas. Siempre fumando los 43 sin filtro. Las pitadas eran por el centro de los labios, haciendo trompita, mantenía el humo dentro y luego lo exhalaba muy lentamente. Los chicos la querían, en la bolsa de red que colgaba de su brazo, paquetes de caramelos eran infaltables, Media Hora, masticables de eucaliptus, a principio de mes Sugus, y los Pico Dulce para sus preferidas.
Su hablar era lento, pausado y sedaba a muchos, aunque su cuñada se exasperaba al verla así, ella era un polvorín de nervios, repetía “esta Ofelia es más tranquila que agua de tanque”
Al verlo a Rafa, no dudo en acercarse a hablar.
—Hola buen día, ¿es nuevo en el barrio?
Rafa la miro con desdén, le molestaba que lo abordaran, pensó para sí “que querrá esta vieja chusma” después de un largo silencio ante la atenta mirada de Ofelia le respondió.
—Hace un año que vivo aquí.
—Ahh mire usted, que raro que nunca lo haya visto, esta calle me queda de paso.
La miro con toda la enjutez que pudo y la corto.
—Es que me gusta jugar a las escondías.
Y se fue sin más, oyó la voz de Ofelia que le decía
—Había sido chistoso, -lo desafío- quédese tranquilo soy buena encontrando.
Para el viejo Rafa los chicos eran como un bálsamo en su solitaria vida, le recordaban un tiempo demasiado lejano cuando creyó que una familia y una vida feliz eran posibles.
“Este será mi último lugar, no voy a seguir camino al fin llegue a mi destino” pensó mientras tomaba una vaso de amontillado ¿el segundo? ¿El cuarto? ¿El decimo?, nunca sabia cuantos eran.
A los chicos les encantaban las historias y cuentos que les relataba, en especial los de Edgar Alan Poe, los teatralizaba generándoles terror pánico, el más escabroso fue cuando del fuego saco dos cabezas chamuscadas, el Cuervo, Morrón, el Mora y el Colo, salieron corriendo, Gervasio se orino encima, el Flaco se desmayo, mientras él se reía como nunca.
Para compensarlos por el susto los llevo al bar León, comieron panchos y grasosas pizzas hasta atragantarse, terminaron con la provisión de Cyndor, el estaba más feliz que los adolescentes.
Su preferido era Gervasio, y para él, el viejo Rafa era una especie de abuelo, cubría la ausencia paterna.
Un día estaban solos, Gervasio le dijo.
—Hace rato que te busca Ofelia –se sonrio- ¿le tenes miedo?
Lo miro un largo rato muy seriamente, Gervasio fue dejando de sonreír
— ¿Y desde cuando usted puede hablar de cosas de hombres?
Gervasio se quedo pensativo ya tenía más de 15 años y el Rafa le había dado algunos buenos consejos.
—Es que lo veo solo y Ofelia es muy buena, fea la pobre, pero buena, y pienso que tener una compañía te puede hacer bien.
—Si lo sé, pero nunca tuve buena suerte con las mujeres, no quiero dañar a nadie más… -se quedo con la vista en el vacio añorando, sufriendo- así estoy tranquilo, busque usted una buena chica y no haga cagadas.
Le hizo un ademan, que se fuera, Gervasio supo que no había nada más que hablar y se fue.
Ofelia al no encontrarlo, se animo, cruzo la tranquera corroída por el oxido, golpeo la desvencijada puerta, en otras épocas brillaría, lento se fue abriendo, chirriando suavemente las bisagras, vio a Rafa durmiendo, cubierto por los gatos y los cuervos, que al percatarse de su presencia formaron como una guardia graznando y maullando. Rafa despertó, se reincorporo mansamente, su aspecto era más cadavérico que recordaba Ofelia, lo observaba con cierta sorpresa y miedo. Se vistió, recién vestido miro a su visita inesperada, mientras los cuervos y los gatos abandonaban el recinto.
—Siéntese mujer, seguro querrá unos mates.-invito amablemente-
Ofelia tomo asiento y por primera vez no era tan locuaz.
—Tenía razón. Es muy buena buscando, ahora me tocara buscar a mi… no soy tan bueno como usted
La visitante más distendida encendió un cigarrillo, miro a su anfitrión, con picardía, le contesto.
—Por ahí no soy buena escondiéndome y fácil de encontrar, quien sepa hacerlo.
Tomaron mates en silencio mirándose más allá de sus rostros.
—No soy bueno, Ofelia, no sé qué puede ver en mí, pero es mejor que cada uno siga por su lado sin buscarnos ni encontrarnos.
Ofelia lo miro pego una pitada, se cruzo de piernas, vio como el humo se disipaba y recalo en los ojos de Rafa.
—Estoy sola, muy sola, tanto como usted –pego una nueva pitada- finjo alegría, pero a la noche los perros me garronean el corazón. Los dos tenemos un amor por los niños. Rafa si no hubieras venido esos chicos estarían presos o drogados. –Le dio la ultima pitada al 43, lo tiro al suelo y lo piso, cambio el cruce de piernas- quiero alguien para charlar, reírme un rato, un hombre, alguna caricia, un mate, nada más.
El Rafa bajo sus murallas, una vez más ante una mujer que le proponía un poco de compañía.
Se veían casi a diario, las noches de franco, el Rafa visitaba a Ofelia en su casa.
Las viejas chismeaban más que nunca, después de un tiempo aceptaron esa relación de amistad, compañerismo o lo que fuere, a nadie molestaban y se los veía mejor a los dos.
Ofelia falto un día, dos, tres, cuatro, nadie la había visto, la preocupación asolo el barrio.
Esa siesta del 4 de Agosto, los cuervos revoloteaban, Rafa los empezó a seguir, los gatos a él. Al ver a las aves oscureciendo el diáfano día y tantos gatos negros, los curiosos presagiaron malos acontecimientos, alguna vieja curandera dijo “son los enviados de la muerte” a la vera del canal justo en el fondo de la casa de Ofelia encontraron su cuerpo mutilado salvajemente,
Rafa ya sabía el final solo fue a comprobarlo, volvió repitiéndose, “es mi culpa creer que algo cambiaria”
La policía fue a buscar a Rafa, hacia días nadie lo veía, los cuervos y los gatos impidieron que la fuerza ingresara, los efectivos sacaron sus pistolas y gastaron los cargadores matando cuervos y gatos, parecía que se reproducían con cada muerte, cansados decidieron darse por vencidos. Escribieron en el parte que el sospechoso se había dado a la fuga desconociendo su paradero, nadie sabía su apellido, sus datos, de donde venia, su identidad era un enigma… él era un misterio.
Gervasio regreso de uno de sus viajes, anoticiándose de las malas nuevas. Fue hasta la casa del viejo Rafa, los gatos y los cuervos que custodiaban la morada, le cedieron el paso cerrándose detrás de él.
El recinto parecía abandonado. Encontró una pared tapando una arcada, la junta conservaba humedad, vio los elementos de albañilería. Comenzó a despegar los ladrillos, un cuervo y un gato salieron por el boquete, detrás de ellos el Rafa, el cuerpo al borde de la putrefacción, en sus oscuras cuencas brillaban ojos de infierno, Gervasio hizo un paso atrás, acosado por el estupor, el viejo lo tomo, de los hombros gritando agónicamente.
—Tápiame, déjame.
—Te vas a morir Rafa, te necesito –rogo Gervasio-
—Estoy muerto hace mucho, más de un siglo, el día que mate a Ivonne, y la tapie, ese día morí, tiene que terminar todo el mal que he hecho –sus ojos tomaron un aspecto humano- sos lo mejor que me paso, déjame por favor.
Gervasio comenzó a colocar ladrillo tras ladrillo, el cuervo y el gato volvieron a la cripta, tapo hasta el último resquicio, lloro y se fue.
Gustavo Carlos Cucurulo
Lobos 11/07 al 15/07/2023
Bajo del tren, después de un sinfín de combinaciones ferroviarias, un petate pequeño, con sus pocas pertenencias al hombro; calzaba pantalones de vestir gastados azules; una camisa a rayas, con botones nacarados, algún obsequio de un adinerado; un chaleco de mangas largas verde; sobre él un saco de invierno jaspeado color marrón, parecía un gorrión; un pesado sobretodo gris liso de grandes botones; la cabeza cubierta con un raido funghi de corte escocés; toda su humanidad descansaba sobre sus botas color suela, caña alta y acordonadas.
Su cabello largo, retinto, dejaba entrever algunas canas, a la luz del sol brillaban, el pelo caía hacia los costados, tapando las orejas, cejas copiosas, los ojos claros se enmarcaban en parpados y ojeras, casi tan oscuras como la melena, un pequeño y desalineado bigote, con un tinte rubión, igual que sus dedos producto del exceso de cigarrillos y el expeler el humo por la nariz.
No paso desapercibo para los pasajeros y quienes lo vieran, a el poco le importaba, estaba acostumbrado, ya se habituarían a su presencia.
Le gusto que la estación estuviera elevada y desde ahí se pudiera ver la calle principal de la ciudad. El sol le entibio el rostro, sintió que aquí podría asentarse, al bajar los escalones y tener otra visual, pensó “en cada lugar siento que me aquerenciare y no es así, quisiera que este pueblo fuera el último”.
Camino tres cuadras, mirando hacia arriba la ornamentada y ecléctica edificación, esta era una ciudad imponente, los últimos 20 años solo conoció pueblos polvorientos.
El olor le llego primero, después recién presto atención al Bar León, era un bar para él, céntrico pero medio mugroso, el toldo metálico cubría la vereda, sería un buen lugar para tomar y ver la lluvia caer, muchas vidrieras para ver gente pasar en los inviernos y ese aroma a fritanga.
Entro, se sentó, Coco con su saco abotonado hasta el cuello color bordo lo atendió, pidió un milanesa a caballo, un pingüino y soda, se dijo: “que moderno el mozo con ese color”.
Quelo detrás de la barra preparo la comida, el olor invadió más aun el recinto. Le llego con un pan y galleta, se notaba hechos en horno de leña, lo probo y se babeo, la llena era de Acacio negro y se notaba, el lo notaba. La milanesa, y las papas, y el huevo chorreaban aceite, probó y tenía ese gusto rancio del aceite barato usado una y mil veces. Dejo el plato más limpio de lo que estaban sin usar. Se sintió satisfecho, bebió el último sorbo del pingüino cerámico.
— ¿Qué le pareció el vino? –Quiso saber Coco-
—Exquisito, Amontillado de Samay Huasy, no falla.
—Es el primero que lo prueba lo trajeron hoy, no lo conocíamos. -comento Coco-
El mozo se rasco la cabeza y se fue hacia la barra donde su hermano preparaba unos sándwich.
Se dijo para sí, “el amontillado siempre llega antes que yo”
Se levanto y salió, camino a su destino, al pasar por la plaza le gustaron las baldosas rojas, los trozos terracotas de cerámicas entre el césped y las veredas, los bancos blancos, las palmeras con coquitos, y la planta de guayaba, no extrañaría esos frutos.
El aserradero que fuera de Cabrera era su nuevo trabajo de sereno, viviría en la casa semi derruida en la esquina de Estrada y del Valle.
Las vecinas lo miraban con desconfianza, era un hombre raro, y además nadie sabía de dónde venía y cuál había sido su vida, no había chismes, eso inquietaba más a las comadronas, al no tener verdades donde edificar mentiras, comenzaron los rumores mas disimiles sobre su vida.
Los primeros en acercarse fueron los chicos, Gervasio fue el principal, luego vinieron los de su barra, El Colo, el Flaco, el Cuervo, El Mora, Morrón.
Eran niños desamparados prestos a descarriarse, el Rafa torció el destino de ellos, con mayores o menores responsabilidades zafaron de la droga y la cárcel, fueron por el camino del trabajo.
En el barrio todos lo empezaron a llamar Don Rafa, vieron lo que hacía por los pibes. Para los chicos era “el viejo Rafa”
La casa donde vivía Rafa, se empezó a llenar de gatos negros, y cuervos grandes que nunca se veían en la zona, al anochecer la casa se transfiguraba en una visión tétrica con los cuervos posados en los techos y los gatos deambulando con sus colas hacia arriba. Con el tiempo y al no traer problemas el vecindario dejo de aterrarse y hasta se sintieron protegidos por los cuervos que graznaban si algún peligro se acercaba, los gatos limpiaron de ratones y lauchas el barrio.
Ofelia había enviudado una década atrás, su andar era parsimonioso, suave, parecía que flotaba cuando caminaba, flaca, el peinado al medio y sus canas apenas superando los hombros, nadie tenía recuerdo de haberla visto con otro color de cabello, hasta decían que nació con canas. Siempre fumando los 43 sin filtro. Las pitadas eran por el centro de los labios, haciendo trompita, mantenía el humo dentro y luego lo exhalaba muy lentamente. Los chicos la querían, en la bolsa de red que colgaba de su brazo, paquetes de caramelos eran infaltables, Media Hora, masticables de eucaliptus, a principio de mes Sugus, y los Pico Dulce para sus preferidas.
Su hablar era lento, pausado y sedaba a muchos, aunque su cuñada se exasperaba al verla así, ella era un polvorín de nervios, repetía “esta Ofelia es más tranquila que agua de tanque”
Al verlo a Rafa, no dudo en acercarse a hablar.
—Hola buen día, ¿es nuevo en el barrio?
Rafa la miro con desdén, le molestaba que lo abordaran, pensó para sí “que querrá esta vieja chusma” después de un largo silencio ante la atenta mirada de Ofelia le respondió.
—Hace un año que vivo aquí.
—Ahh mire usted, que raro que nunca lo haya visto, esta calle me queda de paso.
La miro con toda la enjutez que pudo y la corto.
—Es que me gusta jugar a las escondías.
Y se fue sin más, oyó la voz de Ofelia que le decía
—Había sido chistoso, -lo desafío- quédese tranquilo soy buena encontrando.
Para el viejo Rafa los chicos eran como un bálsamo en su solitaria vida, le recordaban un tiempo demasiado lejano cuando creyó que una familia y una vida feliz eran posibles.
“Este será mi último lugar, no voy a seguir camino al fin llegue a mi destino” pensó mientras tomaba una vaso de amontillado ¿el segundo? ¿El cuarto? ¿El decimo?, nunca sabia cuantos eran.
A los chicos les encantaban las historias y cuentos que les relataba, en especial los de Edgar Alan Poe, los teatralizaba generándoles terror pánico, el más escabroso fue cuando del fuego saco dos cabezas chamuscadas, el Cuervo, Morrón, el Mora y el Colo, salieron corriendo, Gervasio se orino encima, el Flaco se desmayo, mientras él se reía como nunca.
Para compensarlos por el susto los llevo al bar León, comieron panchos y grasosas pizzas hasta atragantarse, terminaron con la provisión de Cyndor, el estaba más feliz que los adolescentes.
Su preferido era Gervasio, y para él, el viejo Rafa era una especie de abuelo, cubría la ausencia paterna.
Un día estaban solos, Gervasio le dijo.
—Hace rato que te busca Ofelia –se sonrio- ¿le tenes miedo?
Lo miro un largo rato muy seriamente, Gervasio fue dejando de sonreír
— ¿Y desde cuando usted puede hablar de cosas de hombres?
Gervasio se quedo pensativo ya tenía más de 15 años y el Rafa le había dado algunos buenos consejos.
—Es que lo veo solo y Ofelia es muy buena, fea la pobre, pero buena, y pienso que tener una compañía te puede hacer bien.
—Si lo sé, pero nunca tuve buena suerte con las mujeres, no quiero dañar a nadie más… -se quedo con la vista en el vacio añorando, sufriendo- así estoy tranquilo, busque usted una buena chica y no haga cagadas.
Le hizo un ademan, que se fuera, Gervasio supo que no había nada más que hablar y se fue.
Ofelia al no encontrarlo, se animo, cruzo la tranquera corroída por el oxido, golpeo la desvencijada puerta, en otras épocas brillaría, lento se fue abriendo, chirriando suavemente las bisagras, vio a Rafa durmiendo, cubierto por los gatos y los cuervos, que al percatarse de su presencia formaron como una guardia graznando y maullando. Rafa despertó, se reincorporo mansamente, su aspecto era más cadavérico que recordaba Ofelia, lo observaba con cierta sorpresa y miedo. Se vistió, recién vestido miro a su visita inesperada, mientras los cuervos y los gatos abandonaban el recinto.
—Siéntese mujer, seguro querrá unos mates.-invito amablemente-
Ofelia tomo asiento y por primera vez no era tan locuaz.
—Tenía razón. Es muy buena buscando, ahora me tocara buscar a mi… no soy tan bueno como usted
La visitante más distendida encendió un cigarrillo, miro a su anfitrión, con picardía, le contesto.
—Por ahí no soy buena escondiéndome y fácil de encontrar, quien sepa hacerlo.
Tomaron mates en silencio mirándose más allá de sus rostros.
—No soy bueno, Ofelia, no sé qué puede ver en mí, pero es mejor que cada uno siga por su lado sin buscarnos ni encontrarnos.
Ofelia lo miro pego una pitada, se cruzo de piernas, vio como el humo se disipaba y recalo en los ojos de Rafa.
—Estoy sola, muy sola, tanto como usted –pego una nueva pitada- finjo alegría, pero a la noche los perros me garronean el corazón. Los dos tenemos un amor por los niños. Rafa si no hubieras venido esos chicos estarían presos o drogados. –Le dio la ultima pitada al 43, lo tiro al suelo y lo piso, cambio el cruce de piernas- quiero alguien para charlar, reírme un rato, un hombre, alguna caricia, un mate, nada más.
El Rafa bajo sus murallas, una vez más ante una mujer que le proponía un poco de compañía.
Se veían casi a diario, las noches de franco, el Rafa visitaba a Ofelia en su casa.
Las viejas chismeaban más que nunca, después de un tiempo aceptaron esa relación de amistad, compañerismo o lo que fuere, a nadie molestaban y se los veía mejor a los dos.
Ofelia falto un día, dos, tres, cuatro, nadie la había visto, la preocupación asolo el barrio.
Esa siesta del 4 de Agosto, los cuervos revoloteaban, Rafa los empezó a seguir, los gatos a él. Al ver a las aves oscureciendo el diáfano día y tantos gatos negros, los curiosos presagiaron malos acontecimientos, alguna vieja curandera dijo “son los enviados de la muerte” a la vera del canal justo en el fondo de la casa de Ofelia encontraron su cuerpo mutilado salvajemente,
Rafa ya sabía el final solo fue a comprobarlo, volvió repitiéndose, “es mi culpa creer que algo cambiaria”
La policía fue a buscar a Rafa, hacia días nadie lo veía, los cuervos y los gatos impidieron que la fuerza ingresara, los efectivos sacaron sus pistolas y gastaron los cargadores matando cuervos y gatos, parecía que se reproducían con cada muerte, cansados decidieron darse por vencidos. Escribieron en el parte que el sospechoso se había dado a la fuga desconociendo su paradero, nadie sabía su apellido, sus datos, de donde venia, su identidad era un enigma… él era un misterio.
Gervasio regreso de uno de sus viajes, anoticiándose de las malas nuevas. Fue hasta la casa del viejo Rafa, los gatos y los cuervos que custodiaban la morada, le cedieron el paso cerrándose detrás de él.
El recinto parecía abandonado. Encontró una pared tapando una arcada, la junta conservaba humedad, vio los elementos de albañilería. Comenzó a despegar los ladrillos, un cuervo y un gato salieron por el boquete, detrás de ellos el Rafa, el cuerpo al borde de la putrefacción, en sus oscuras cuencas brillaban ojos de infierno, Gervasio hizo un paso atrás, acosado por el estupor, el viejo lo tomo, de los hombros gritando agónicamente.
—Tápiame, déjame.
—Te vas a morir Rafa, te necesito –rogo Gervasio-
—Estoy muerto hace mucho, más de un siglo, el día que mate a Ivonne, y la tapie, ese día morí, tiene que terminar todo el mal que he hecho –sus ojos tomaron un aspecto humano- sos lo mejor que me paso, déjame por favor.
Gervasio comenzó a colocar ladrillo tras ladrillo, el cuervo y el gato volvieron a la cripta, tapo hasta el último resquicio, lloro y se fue.
Gustavo Carlos Cucurulo
Lobos 11/07 al 15/07/2023