La Piedra Sangrante
Publicado: Jue Dic 14, 2023 10:41 am
Hace mucho tiempo, en una era perdida de los anales de la historia, nació una leyenda que todos los habitantes del Bosque Esmeralda conocían: La leyenda de la piedra sangrante.
Nadie sabía exactamente cuándo apareció ni de dónde provenía, casi como si siempre hubiera existido. Sin embargo, lo que todos tenían presente, era la advertencia ancestral sobre no acercarse donde eso moraba: más allá del linde del Bosque Esmeralda, donde la tierra era gris y muerta; donde yacían los árboles secos y retorcidos.
A pesar de las historias e incontables advertencias con las que crecieron, un trio de amigos, presa de su curiosidad, decidió hacer caso omiso a sus mayores. Por lo que, sin más, emprendieron viaje hacía aquel lugar olvidado por la mano de los dioses salvajes que veneraban.
Tras una ardua caminata, no solo lograron atravesar el Bosque Esmeralda, sino que alcanzaron el páramo gris y muerto del que tanto hablaba la leyenda. Envalentonados por que el mito parecía cobrar vida antes sus ojos, los tres prosiguieron su viaje hacia lo desconocido. En compañía, su peregrinación fue amena, por lo que no sintieron pesado su andar hasta que la noche se adueñó del cielo y, bajo la luz de la luna, pudieron ser testigos del comienzo de un bosque de árboles muertos y retorcidos.
Por un momento, los jóvenes se miraron los unos a los otros, ya que aquel lugar emanaba algo que los ponía incomodos. Inevitablemente recordaron las advertencias de sus mayores y, cuando estuvieron a punto de convencerse a sí mismos de simplemente dar por acabada su aventura, un silbido los llamó.
El trio retrocedió ligeramente. No tenía sentido que algo así se pudiera escuchar en lo que parecía ser un bosque muerto. Sin embargo, el silbido volvió a sonar con fuerza.
Quizás la juventud les imposibilitó dirimir entre valentía y locura, pero sea como fuere, decidieron llegar hasta el final de su travesía. Después de todo, estaban a nada de poder ir a donde ninguno de los suyos fue antes.
Así, el trio se adentró en las profundidades de aquel bosque sin vida, guiados por aquel ruido agudo y sibilante. El sonido era suave pero a su vez afilado y, si bien al inicio era entre cortado, cada vez se volvía más largo y continuo. Tras lograr atravesar la espesura muerta, terminaron llegando a un claro donde se alzaba una piedra opaca, incrustada en el centro de un cráter.
El silbido volvió a replicar y, entonces, fue claro para los jóvenes su origen. Después de todo, aquel ruido provenía de la extraña piedra. Víctimas de la curiosidad, decidieron acercarse hasta el objeto, notando que tenía fisuras en su superficie, grietas por las que salía aquel sonido, casi como si fuera una bestia respirando.
Uno de ellos, hipnotizado por la extrañeza de la roca, posó su mano sobre ella y, en ese momento, sintió de primera mano cómo latía. Estaba viva.
El muchacho estuvo a punto de comentar aquello, cuando una estaca emergió de una de las grietas, perforando su corazón. La sangre de su cuerpo se deslizó hasta la roca, encendiéndola de carmesí.
El aterrado par observó atónito como la piedra comenzaba a supurar por sus grietas un espeso líquido escarlata, a medida que parecía sacudirse y resquebrajarse. El pavor los inundó e intentaron alejarse del lugar, pero apenas dieron media vuelta, uno de ellos fue víctima de otra estaca y, así como su amigo fallecido, este terminó brindando su sangre a la roca. El tercero no volteó, solo corrió sin mirar atrás, hasta que volvió con su pueblo.
El horror esculpido en su rostro era tal, que los ancianos no tardaron en indagar sobre lo sucedido y el joven no dudó en contarles lo vivido. A medida que su relato avanzaba, pudo notar la preocupación que deformó la cara de todos los presentes.
Tras su relato, uno de los ancianos, que demostró más entereza que el resto, le consultó si había algo más que no estaba contando, algo que estuviera descartando por parecerle insignificante. El pequeño pensó por un momento y, entonces, lo recordó; recordó que en el momento en el que huía, había sentido un sonido particular, como si la roca estuviera descascarándose, casi como si fuera un… huevo.
Los gritos comenzaron a resonar en la aldea, ante la incesante columna de humo que parecía provenir desde el linde del Bosque Esmeralda. Nadie dijo nada; todos los sabían: algo venia por ellos, algo que consumiría su arboleda exuberante y llena de vida, hasta reducirla a un bosque de árboles muertos y retorcidos.
Fin.
Nadie sabía exactamente cuándo apareció ni de dónde provenía, casi como si siempre hubiera existido. Sin embargo, lo que todos tenían presente, era la advertencia ancestral sobre no acercarse donde eso moraba: más allá del linde del Bosque Esmeralda, donde la tierra era gris y muerta; donde yacían los árboles secos y retorcidos.
A pesar de las historias e incontables advertencias con las que crecieron, un trio de amigos, presa de su curiosidad, decidió hacer caso omiso a sus mayores. Por lo que, sin más, emprendieron viaje hacía aquel lugar olvidado por la mano de los dioses salvajes que veneraban.
Tras una ardua caminata, no solo lograron atravesar el Bosque Esmeralda, sino que alcanzaron el páramo gris y muerto del que tanto hablaba la leyenda. Envalentonados por que el mito parecía cobrar vida antes sus ojos, los tres prosiguieron su viaje hacia lo desconocido. En compañía, su peregrinación fue amena, por lo que no sintieron pesado su andar hasta que la noche se adueñó del cielo y, bajo la luz de la luna, pudieron ser testigos del comienzo de un bosque de árboles muertos y retorcidos.
Por un momento, los jóvenes se miraron los unos a los otros, ya que aquel lugar emanaba algo que los ponía incomodos. Inevitablemente recordaron las advertencias de sus mayores y, cuando estuvieron a punto de convencerse a sí mismos de simplemente dar por acabada su aventura, un silbido los llamó.
El trio retrocedió ligeramente. No tenía sentido que algo así se pudiera escuchar en lo que parecía ser un bosque muerto. Sin embargo, el silbido volvió a sonar con fuerza.
Quizás la juventud les imposibilitó dirimir entre valentía y locura, pero sea como fuere, decidieron llegar hasta el final de su travesía. Después de todo, estaban a nada de poder ir a donde ninguno de los suyos fue antes.
Así, el trio se adentró en las profundidades de aquel bosque sin vida, guiados por aquel ruido agudo y sibilante. El sonido era suave pero a su vez afilado y, si bien al inicio era entre cortado, cada vez se volvía más largo y continuo. Tras lograr atravesar la espesura muerta, terminaron llegando a un claro donde se alzaba una piedra opaca, incrustada en el centro de un cráter.
El silbido volvió a replicar y, entonces, fue claro para los jóvenes su origen. Después de todo, aquel ruido provenía de la extraña piedra. Víctimas de la curiosidad, decidieron acercarse hasta el objeto, notando que tenía fisuras en su superficie, grietas por las que salía aquel sonido, casi como si fuera una bestia respirando.
Uno de ellos, hipnotizado por la extrañeza de la roca, posó su mano sobre ella y, en ese momento, sintió de primera mano cómo latía. Estaba viva.
El muchacho estuvo a punto de comentar aquello, cuando una estaca emergió de una de las grietas, perforando su corazón. La sangre de su cuerpo se deslizó hasta la roca, encendiéndola de carmesí.
El aterrado par observó atónito como la piedra comenzaba a supurar por sus grietas un espeso líquido escarlata, a medida que parecía sacudirse y resquebrajarse. El pavor los inundó e intentaron alejarse del lugar, pero apenas dieron media vuelta, uno de ellos fue víctima de otra estaca y, así como su amigo fallecido, este terminó brindando su sangre a la roca. El tercero no volteó, solo corrió sin mirar atrás, hasta que volvió con su pueblo.
El horror esculpido en su rostro era tal, que los ancianos no tardaron en indagar sobre lo sucedido y el joven no dudó en contarles lo vivido. A medida que su relato avanzaba, pudo notar la preocupación que deformó la cara de todos los presentes.
Tras su relato, uno de los ancianos, que demostró más entereza que el resto, le consultó si había algo más que no estaba contando, algo que estuviera descartando por parecerle insignificante. El pequeño pensó por un momento y, entonces, lo recordó; recordó que en el momento en el que huía, había sentido un sonido particular, como si la roca estuviera descascarándose, casi como si fuera un… huevo.
Los gritos comenzaron a resonar en la aldea, ante la incesante columna de humo que parecía provenir desde el linde del Bosque Esmeralda. Nadie dijo nada; todos los sabían: algo venia por ellos, algo que consumiría su arboleda exuberante y llena de vida, hasta reducirla a un bosque de árboles muertos y retorcidos.
Fin.