Ese iba a ser su último verano juntos. Habían terminado el secundario y no iban a verse más: uno se iba a mudar, el otro iba a probar suerte en otro país y la otra iba a estudiar muy lejos de su casa. El último verano juntos como el grupito de raros que eran. Mientras otros estaban de fiesta y bailando, ellos salían a caminar de noche por el barrio, que conocían de punta a punta. Pasaban por la casa de rejas negras y gruesas de la viejita esa, y por la de chapas, más vieja aún que la viejita de la casa anterior. También había casas nuevas, construidas hacía cinco o seis años pero que ya eran conocidas para ellos, ya eran parte del barrio.
De noche, la calle era de ellos, hacían lo que querían sin ser molestados. Iban a la plaza, fumaban cigarrillos, algún porro que conseguía Abril, se subían a los juegos de los chicos, iban al puente que cruzaba el arroyo del pueblo al lado de la ruta, paseaban en bicicleta. A su manera disfrutaban de la ciudad.
Hubo un crimen hacía poco, en una de las casas del barrio, la del viejo Tropa. Le decían así porque era un ex militar, había estado en el ejército y eso. No se sabía bien qué había pasado. Sólo que apareció muerta una piba de otro barrio en la casa del viejo, que desapareció. Ahora la casa estaba en venta. Era una casa enorme, de dos pisos, con un cerco de pequeñas rejas marrón cobre y, en el fondo, el patio más grande que habían visto. Esa casa era demasiado para un solo tipo. No entendían cómo era posible que hubiese una casa vacía habiendo tanta gente para habitarla.
Una noche se metieron por el costado y saltaron al patio. Había una pileta de natación más o menos grande, de material. La pileta estaba llena y el agua limpia. En silencio se acercaron, se sacaron las zapatillas y metieron los pies en el agua. Abril sacó un porro que había guardado para una ocasión especial, y esta era una de ellas. Como siempre, charlaron durante horas.
A la otra noche volvieron con una mochila, toallas y algunas remeras secas. Llevaban las mallas debajo de la ropa. Se metieron al agua y ahí se quedaron, flotando y hablando de cosas. El agua era tibia bajo la luna. Samuel no dejaba de pensar en que esa iba a ser una de las últimas noches que pasaría junto a Abril, la bella y florecida Abril. Era la mayor de los tres y a él le encantaba su mirada, su pelo, su aliento. Pero no hacía nada más que admirarla en secreto.
Estaban flotando cuando Samuel creyó escuchar un ruido que venía de la casa. No le hicieron caso, le dijeron que estaba paranoico, que seguro era algún gato que andaba buscando comida. Se quedaron un rato más. Samuel no volvió a escuchar nada.
Ya estaban arrugados cuando salieron de la pileta, se secaron y se pusieron ropa seca. Estaban por salir de la casa pero frenaron, un auto pasó por la calle. Era un patrullero, con las luces apagadas, andando despacio. Esperaron. El patrullero desapareció a la distancia. Salieron, casi ni hablaron, se acompañaron unas cuadras y se despidieron.
Samuel quería confesarle a Abril lo que sentía por ella. Iba a hacer lo que fuera, tomarla de la mano, mirarla a los ojos en silencio. Sí, iba a decirle algo, que le gustaba y que la quería y que la iba a extrañar.
Después de cenar se juntaron y dieron vueltas por el barrio como siempre. En el quiosco compraron cigarrillos, caramelos y una gaseosa. En el barrio ya los conocían y sabían que eran un grupito tranquilo. E Hicieron tiempo en el puente, fumaron y fueron hacia la casa. Todo estaba iluminado por la luna y las estrellas.
Ya en la pileta fumaron de las flores de Abril y charlaron. Ella conseguía las flores a través de su mamá, que era cultivadora y militante por los derechos de los consumidores de cannabis. Samuel y Mariano no entendían nada pero seguían con atención placentera las palabras de Abril.
De pronto, escucharon ruidos que venían de adentro de la casa. Samuel se asustó y dijo que era mejor irse. Mariano soltó una risa, y Abril, que jugaba el papel de adulta, les dijo que eran unos nenitos, que no era nada. De vuelta el ruido, aunque esta vez lo escucharon todos. Abril se acercó a la puerta que daba al patio de la casa y vio que estaba entreabierta. Se detuvo en seco y escuchó unos pasos. La puerta se abrió, una mano la agarró del cuello y la metió para adentro. Los chicos salieron de un salto de la pileta. La puerta estaba cerrada y escucharon cómo la otra, la de la entrada, se abría. Corrieron por el costado. Un hombre metía a Abril en un auto y arrancaba. Samuel corrió hasta la calle y vio que el auto desaparecía en la esquina. Volvió a buscar la bicicleta. Mariano estaba duro, mirando al piso. Samuel se subió a la bici y salió a toda velocidad por las calles quietas del barrio. Pedaleaba con fuerza y a punto de llorar. Hizo cinco, diez, mil cuadras y no encontró nada, no vio automóvil alguno en movimiento. Frenó. Se quedó en la calle, solo, bajo la luna redonda, blanca y fría. Volvió para la casa, dobló y vio un patrullero, con las luces apagadas, estacionado en la esquina.
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ENTREVISTA A MARTÍN KOHAN
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La casa con pileta (Cuento - Concurso de terror)
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Juan Manuel, Vie Dic 15, 2023 9:56 am
Me atrapó, buen relato. Una prosa muy sólida. Me quedan algunas preguntas abiertas: ¿qué le pasó a la primera chica?, ¿es lo mismo que le pasó a Abril?, ¿el viejo Tropa tiene algo que ver? Disfruté mucho la lectura, tira todo el tiempo para adelante.
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Shbd, Sab Dic 16, 2023 4:15 pm
Muchas gracias por leer, y por tu tiempo.
Todo lo que mencionas es a propósito.
Saludos!
Todo lo que mencionas es a propósito.
Saludos!
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Silvina Maiuli, Mié Dic 20, 2023 4:00 pm
Atrapante. Me pareció acertado que vuelvan varias veces a la casa y que no pase todo a la primera. Saludos
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Shbd, Mié Dic 20, 2023 8:34 pm
Muchas gracias Silvina por leer, y gracias por tu comentario.
Saludos desde Berisso
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