Mantis - Concurso Cuento de Terror
Publicado: Lun Dic 18, 2023 9:23 pm
1
El cielo terminó de despejarse y a la una de la mañana estaba repleto de estrellas en la ciudad de La Plata.
La amenaza de lluvias que escuchó desde su habitación, provenientes del televisor en la sala, la preocupó. Pero por suerte los negros nubarrones siguieron hacia el sur sin descargar una gota.
Ahora el calor se siente con fuerzas en el rostro de Paula.
Pero es agradable.
La noche está fresca pese a que al mediodía la temperatura había ascendido a unos treinta y cuatro grados.
Mientras mira el muñeco de casi cuatro metros de alto, en el medio de la intersección de dos calles, custodiado por cuatro esquinas de diferentes manzanas y a poco menos de una calle de su casa, rememora cuando ayudó a sus amigos a construirlo hace solo unas semanas.
Aunque odia esta ciudad y está convencida que está maldita, que todos los rumores que ha escuchado o a leído, se quedan cortos en comparación, pese a que ha tenido una vida de mierda, y pese a que el día de ayer fue el peor, por fin siente que, con el comienzo del nuevo año, con ese muñeco ardiendo, mientras las chispas se elevan al cielo, algo de paz comienza a aflorar en su pecho.
2
Paula se despertó, hace tres días atrás, a las siete de la mañana como todos los días pese a que ya no tiene que ir a la facultad hasta dentro de un par de meses.
La carrera de contadora pública era tan solo una excusa para realizar algo productivo en su insípida vida. Le pareció una buena idea cuando se anotó, ya hace dos años atrás, pero antes que terminara el primer año ya sabía que la carrera no le interesaba en lo más mínimo.
Aun así, continuó yendo y estudiando como si tuviese pasión por ello.
Por lo menos así su padre no la molestaría.
Tampoco estaba segura que lo fuera a hacer.
Sus interacciones juntos era a la hora de cenar y los intercambios de palabras se limitaban a unos “buenos días” o a un “hola” cuando regresaba de su empleo en el hipermercado a las ocho de la noche.
Su madre murió al dar a luz y el único afecto que recibió fue el de su tía, la hermana de su mamá, que prácticamente la crió hasta que tuvo que mudarse con su marido a Santa Fe por trabajo.
Paula creyó muchos años que la distancia que su padre ponía entre ellos era por culparla de haber matado a su madre cuando salió de sus entrañas, y quizás una parte fuera por ello, pero varios años más tarde descubrió algunas fotos antiguas escondidas en un sobre en el fondo de un cajón con ropa de su padre.
Alguna vez le había preguntado si tenía algunas, para conocer a su mamá y él le había explicado a regañadientes que se perdieron todas en un incendio. Cuando vio las fotos por primera vez fue como verse en un espejo y comprendió el destrato de su papá.
Ella le recordaba constantemente a su amor perdido.
Pero desde los ocho, o tal vez antes, se acostumbró a que en esa casa las únicas palabras que se escuchaba, además de las proveniente de la televisión, era esos “buenos días” y esos “holas”.
A los doce o trece años comenzó a salir a la calle en ausencia de su padre y se sentaba por horas en la puerta viendo como las personas pasaban, preguntándose cómo serían sus vidas.
Esto lo siguió haciendo por mucho tiempo y así fue que conoció a Pablo y Lucas en el año que acababa de terminar.
Los veía pasar en bicicleta a menudo, hasta que un día Pablo la saludó con la mano exhibiendo una enorme sonrisa. La tomó tan de imprevisto, fue algo tan disruptivo en su modesta rutina que Paula lo saludó casi con desesperación y mostrando todos los dientes formando una estúpida sonrisa.
Los chicos siguieron viaje y ella entró a la casa avergonzada sin saber por qué y con ganas de llorar con menos idea aún.
A la tarde siguiente, luego haber almorzado mientras miraba de reojo los apuntes de la facultad, una rutina que siempre le resultó para fijar más los conocimientos, resultándole más fácil a la hora de las evaluaciones, lavó lo que usó y esperó por reloj que más o menos fuera la hora en la que el día anterior se había cruzado con esos chicos.
Volvieron a pasar y esta vez ambos la saludaron y ella les devolvió el saludo repitiéndose ser moderada en sus expresiones faciales.
3
En los siguientes meses Paula, Pablo y Lucas se volvieron amigos.
La ayudaron a reparar su bicicleta que tenía abandonada en el patio hacía años.
El armazón estaba en condiciones, sin oxido ni nada, pero la cadena era otra cosa diferente.
Al día siguiente Lucas trajo una botella de algo que olía mal y lo echó en una palangana junto con la cadena.
También emparcharon la goma de una de las cubiertas y las inflaron.
Mientras el líquido hacia su magia, salieron a dar un par de vueltas, ella iba sentada sobre el armazón de la bici de Lucas. Pablo le gustaba demasiado y no se animaba a tenerlo tan cerca durante mucho tiempo.
Cuando volvieron el líquido de la palangana se había vuelto anaranjado, casi marrón, y la cadena salió impecable.
Volvieron a colocarla en la bicicleta y reinauguraron el vehículo dando unas cuantas vueltas de aquí para allá.
Como todos los días, cuando el sol comenzaba a ocultarse era la hora de despedirse.
Su padre nunca supo de sus nuevas amistades y prefería que siguiese siendo así. No sabía bien por qué se lo ocultaba. Ya no se le daba comunicarse con aquel hombre e intentar explicarle que ahora se relacionaba con dos muchachos era algo que no sabría ni como empezar.
Lavó bien la palangana y la dejó en el patio, donde también volvió a poner la bici donde había permanecido por tanto tiempo.
Luego se puso a cocinar un guiso. La cebolla taparía cualquier olor extraño.
Su padre no notó nada ese día.
4
A principios de ese diciembre ella se enteró que sus amigos, junto a otros dos chicos, eran los que se encargaban todos los años del muñeco que se construía para celebrar la llegada del año nuevo y que ella siempre veía desde su casa.
Una tradición que tenía la ciudad desde los años cincuenta.
Pero la tradición y los festejos para su padre consistían en no moverse de la cocina hasta que la sidra le hiciera efecto y luego se irse a dormir a la habitación incluso antes que fueran las 12.
Era cuando ella aprovechaba para salir a hurtadillas a ver el espectáculo.
Siempre había visto la creación hecha con maderas, papeles y cartones desde la distancia. A veces reconocía a los personajes y otras veces no. La televisión no tenía cable y veía lo poco que sintonizaba la antena.
Y el teléfono móvil estaba prohibido en la casa. Su padre tenía el suyo por si lo llamaban del trabajo, y esa había sido la única explicación que le dio en su día.
Ahora ahí estaba ella, viendo como el muñeco iba cobrando forma con el pasar de los días. Esta vez pudo reconocer a Bugs Bunny cuando lo vio dibujado en la hoja que hacía las veces de plano.
Se animó a ayudarlos un poco con las tareas, sobre todo preparando el engrudo para comenzar a darle forma a la superficie. A la “piel” del personaje.
5
En tres semanas el enorme muñeco estaba listo y pese al calor y al cansancio Paula y Pablo se besaban con pasión.
Los tres se seguían juntando como de costumbre, pero ahora Lucas siempre decidía marcharse antes.
Estaba segura que era algo que arreglaban con antelación y a ella le parecía bien.
Los besos habían ido creciendo con cada día que pasaba.
Se hacían más intensos, más fogosos.
Pablo había intentado meterle mano más de una vez, pero Paula lo frenaba, entre risas. Ella quería que le metiera mano, pero tenía demasiado miedo por lo que venía luego de eso. La aterrorizaba.
Lo peor era que el miedo venía acompañado del rostro serio y silencioso de su padre que se le aparecía flotando en la mente.
El día terminaba con Pablo despidiéndose dentro un clima enrarecido, y con un dolor enorme en el abdomen.
Pero ese día de diciembre hacía calor, un calor agradable y sentía que cada vez amaba más a ese muchacho.
Entonces cuando Pablo deslizó su mano por la pierna, recorriéndola con cautela, ella lo detuvo, por instinto, pero luego le soltó la mano y llevó las suyas a la nuca del chico y jugó con sus cabellos entre los dedos.
6
Los primeros minutos, o tal vez fueron segundos, no estaba segura, le dolió pese a que él fue cauteloso. Posiblemente no porque intentara cuidarla, sino porque no sabía bien cómo usar su herramienta. Paula tuvo que dirigirlo con la mano. Fue un trabajo de dos, lo que lo hizo más hermoso.
Todo acabó muy rápido, pero a los pocos minutos volvieron a hacerlo como mucho mejor resultado.
Se quedaron desnudos, abrazados hasta que Paula tuvo que echarlo. Nunca había desentendido la hora de su despertador. De hecho, le había permitido quedarse un poco más de media hora de lo debido, pero luego lo apuró para que se fuera. Él tampoco puso mucha resistencia. Nunca había conocido al señor Valverde y no era el mejor día para hacerlo.
Perdieron unos minutos más en la puerta.
Le costó mucho desprenderse de él, pero lo hizo y entró a la casa casi corriendo. Se puso a cocinar unas milanesas que ya había comprado y elaboró un puré donde le puso toda la dedicación que no necesitó ponerle al resto de la comida.
-Hola -dijo su padre, con ese tono de voz casi robótico al que ya la tenía acostumbrado.
-Hola -le respondió su hija con una sonrisa. Pero sin moverse de la cocina.
El hombre fue al baño para orinar y lavarse las manos como todos los días.
Pero esta vez algo cambió.
Cuando lo escuchó salir del baño no volvió inmediatamente. Lo escuchó caminar, caminar sin parar, lento, pero sin detenerse.
Entonces habló. Y no fue para decir hola o buenos días.
-¿Que ese ese olor? -dijo desde algún lugar mientras esnifaba con fuerzas.
-¿Qué es ese olor? -volvió a repetir con más fuerzas.
Y pese a no saber a qué se refería el corazón de Paula comenzó a latir con fuerzas, tanto que pensaba que lo iba a escuchar su padre.
-¿Qué es ese puto olor? -gritó y los pasos ahora se escuchaban fuertes, acercándose.
Paula llegó a ver el rostro de su padre. Casi no podía reconocerlo con esas facciones horrorosas.
No pudo decir ni una palabra.
Su padre le dio un puñetazo en la cara.
El mundo se puso blanco y luego negro.
7
Al despertar lo primero que sintió fue miedo. Miedo a que su padre estuviera cerca. Pero estaba sola. Lo segundo que sintió fue un terrible dolor en la nariz y en la boca. Como si una prensa le estaría apretando el rostro. Se lo tocó con suavidad esperando encontrar algo fuera de lugar, pero solo estaba su cara. Se pasó la lengua varias veces por los dientes. Le dolían tanto que imaginó que le faltaría alguno, pero lo único extraño fue un regusto metálico.
Tardó en darse cuenta que estaba en su cama.
El colchón estaba desnudo y las sábanas tampoco estaban.
Se incorporó sintiendo que su cabeza pesaba una tonelada. Miró la hora que flotaba en la oscuridad con unos números rojos. Eran casi las once de la noche.
Permaneció sentada en el borde un rato.
Intentó agudizar el oído, pero no se escuchaba nada.
Después de dudarlo, o más bien, una vez que pudo superar el miedo para al menos mover las piernas, fue hasta la puerta y volvió a intentar escuchar algo.
Nada.
Salió a la pequeña sala donde estaba el gran sillón frente al televisor de tubo aún más viejo. Todo era viejo en esa casa.
El ambiente estaba fresco. Una briza corría por las habitaciones. Tanto las ventanas y como las puertas de estaban abiertas.
Caminó en penumbras hasta la cocina sin saber por qué. Tal vez atraída por un sonido que solo el instinto podía escuchar.
Y allí estaba su padre, sentado en una silla con los brazos apoyados en la mesa con la mirada perdida.
-Hola -dijo sin mirarla.
Aunque estaba segura que el miedo no le permitiría hablar le contestó.
-Hola -su voz salió de su cuerpo como un suspiro.
-Puse las sábanas en la basura -le explicó e hizo una pausa tal vez esperando algo y luego continuó- hubiese quemado toda la casa para que se fuera ese olor asqueroso. Pero me contuve.
Entonces la miró y Paula sintió que ese no era su padre. Esos ojos eran los de un insecto gigante que se parecía a su papá.
-Ahora andá a ducharte y poné esa ropa en una bolsa.
Se levantó y caminó arrastrando los pies. Cuando pasó al lado suyo se detuvo y le habló al oído. La chica cerró los ojos intentando controlar sus temblores.
-Si ese chico vuelve a verte lo voy a tener que matar.
Paula sintió que las piernas se volvían de goma y tuvo que hacer un esfuerzo inhumano para no caerse.
El hombre se fue al dormitorio y cerró la puerta con delicadeza.
Ella le hizo caso en lo de ducharse y meter sus prendas en una bolsa.
Debería haberle hecho caso en todo.
Debería haberlo tomado en serio.
8
Su sueño fue intermitente durante toda la noche y aun en las primeras horas del día cuando los pájaros empezaron a cantar oscilaba entre el sueño y la realidad.
Escuchó a su padre, o lo que parecía ser su padre, cuando se levantó, cuando se duchó y escuchó mientras se preparaba el desayuno.
Cuando la puerta de calle se cerró esperó cerca de una hora para levantarse y aun así recorrió la casa descalza con cierto temor.
Al rato, al verse en el espejo y descubrir como su nariz y sus ojos estaban hinchados se echó a llorar una vez más como lo había hecho varias veces en la oscuridad.
Intentó comer algo, pero le dolían los dientes.
Terminó por desistir y solo se tomó un té una vez que se enfrió.
9
El timbre sonó cerca del mediodía y Paula tuvo que reprimir un grito. Sonó varias veces más y luego comenzaron los golpes.
No necesitaba escucharlo para saber que era Pablo, pero aun así cuando sintió su voz la opresión en el pecho se hizo insoportable.
-¿Paula? ¿Estás bien? -se lo escuchaba agitado, preocupado, casi como si supiese algo.
Esperó que se cansara y se fuera, pero no lo hizo. Imaginó la atención que estaría recibiendo de los vecinos y temía que alguno se lo comentara a su padre.
Abrió con timidez y respiró hondo haciéndose la idea de todas las explicaciones que iba a tener que darle cuando la viera en ese estado.
No recuerda si Pablo llegó a decir algo cuando sus miradas se cruzaron. Le gustaría recordarlo porque esas habría sido sus últimas palabras.
Antes incluso que pudiese soltar el picaporte, su padre, el hombre insecto, apareció por detrás del chico y lo tomó de los pelos empujándolo hacia adentro.
Pablo intentó mantener el equilibrio, pero cayó hacia adelante.
El hombre cerró la puerta y le echó una breve mirada a su hija con sus ojos muertos antes de dirigirse a la cocina.
Paula parpadeó cuando le pareció ver una mantis gigante en su lugar.
Mientras el chico, aun el piso, miraba con los ojos desorbitados y se sostenía el rostro, un hilo de sangre se asomó por la barbilla.
Cuando su padre volvió a la sala no pronunció palabra y simplemente hundió la cuchilla en la espalda de Pablo con una facilidad pavorosa.
Paula no entendió lo que sucedía.
Su cerebro no lograba procesar aquella imagen. Era como estar viendo por el ojo de una cerradura un universo extraño.
A la tercera o cuarta cuchillada, cuando un chorro de sangre salió disparado del chico que amaba, aunque nunca se lo hubiese dicho y ya nunca podría hacerlo, fue cuando al fin volvió a la realidad.
El hombre tal vez nunca se hubiese detenido si Paula no reaccionaba para ir hasta la cocina y, como si de una grotesca imitación se tratase, le clavara una cuchilla, aun mas grande que la anterior, en la espalda de su padre.
10
No estaba segura en cuál de las tantas cuchilladas murió.
Las siguientes horas estuvieron envueltas en niebla.
Su cabeza comenzó a despejarse a eso de las tres de la mañana cuando tuvo que arrastrar a su padre casi una cuadra hasta llegar al muñeco.
Una vez que escondió el cuerpo dentro de Bugs Bunny y cubrió con esmero la enorme base que había rasgado, volvió a su casa para enfrentarse a lo peor de su nueva realidad.
Estuvo unos largos minutos parada cerca de la puerta observando el cuerpo de su amigo, nunca llegó a llamarlo novio, no hubo tiempo. Al final decidió arrastrarlo hasta la bañera donde lo dejó con delicadeza.
Fue hasta la sala y encendió el televisor, donde sintonizo el canal de noticias local, era el que mejor se veía, y subió el volumen hasta un poco menos de lo insoportable.
Luego fue hasta la habitación, se encerró y se tendió en la cama que aún tenía el colchón desnudo.
Cerró los ojos.
Miles de ideas e imágenes pasaban por su cabeza, pero primero necesitaba que llegue el nuevo año para poder pensar hasta en lo más básico, como respirar.
11
Cuando los estruendos comenzaron a llegar desde todas partes del barrio y la ciudad, supo que eran las 12 de la noche y el nuevo año había comenzado.
Permaneció acostada en su cama, donde había atravesado la mayor parte del tiempo, hasta que fueran cerca de la una.
Una vez que consultó por enésima vez la hora, se levantó y se dirigió a la calle.
Varias personas, familias, pasaban en grupo caminando en dirección del muñeco.
Paula se unió a la procesión donde al final ya había unas cincuenta personas en círculo manteniendo una distancia segura.
Los chicos, entre los que estaba Lucas, estaban al lado de la estructura. En sus rostros se veía preocupación pese a que sonreían como si fueran actores interpretando una obra. Al cumplirse la hora estipulada se encendieron dos latas al mismo tiempo, una de cada lado, donde contenía material inflamable.
Se mantuvo oculta entre la multitud para que los chicos no la vieran y que con seguridad le preguntaran por Pablo. Mas allá que negara todo no sabía cuánto podría delatarse.
Pero a medida que las llamas iban tomando el cuerpo del muñeco, Paula se fue acercando como una polilla.
Necesitaba asegurarse.
12
El calor comienza a sentirse con fuerzas en su rostro, pero resulta agradable.
No puede apartar la vista de la base ahora completamente envuelta por las llamas.
Entre estas le parece ver que algo se mueve en su interior. Solo deben ser pedazos de madera y cartón desmoronándose, piensa.
El mal, al menos en una de sus formas, fue destruido.
Al fin siente algo de paz. El fuego la reconforta. El fuego la atrae.
Con gran esfuerzo sale del trance y decide volver.
Una vez que llega a su casa cierra la puerta con llave.
Cuando cae en la cuenta de lo que está a punto de hacer se echa a reír.
Podría haberse ahorrado arrastrar todos esos metros a ese insecto gigante.