EDICIONES DIOTIMA: Café literario

Hoy temprano llevé mi cuento al Concurso Literario que organizan los Bomberos. Era el último día de plazo. Todos los años participo, pero hasta ahora nunca gané. Dentro de todo es una suerte que sólo publiquen el nombre del ganador y no el de los perdedores, porque este es un pueblo chico y acá nos conocemos todos. Tan es así, que después de dejar el sobre con mi cuento en el cuartel, pasé por la ferretería a comprar algo que precisaba y me crucé con el dentista, que es uno de los miembros del jurado:
—Buen día— dijo al entrar.
—Buen día— le contesté sin mirarlo. Pagué lo mío y me fui como si nada. Lo que menos se imagina el tipo, es que va a tener que leer mí cuento. Acá nadie sabe que escribo. Aparte se firma con seudónimo. Yo este año me puse El Gordo Mabel. ¿Quién va a sospechar? Si a mí me dicen “alambre”, por lo flaco.
Sólo se sabría mi verdadero nombre si fuera el ganador, y en ese caso ya no me importaría, al contrario; me gustaría que se enterara una que yo conozco bien y más ahora, que dicen que anda saliendo con el hijo del escribano. Sería como decirle mirá lo que te perdiste. Pero, bueh…
El mes que viene se conocerá el dictamen en una ceremonia en el Club La Verdad. Siempre voy al evento, y como quien no quiere la cosa, me siento solo en el fondo y pido una tónica con limón, que es lo único que tomo.
Finjo desinterés: miro a alguno que pasa, hago que contesto algún mensaje por whatsapp y al final, cuando ya están por anunciar al ganador, bostezo mirando el reloj, me paro y enfilo para la salida. Siempre me imagino que antes de cruzar la puerta me van a nombrar por micrófono y que voy a poner cara de sorprendido. Pero, no. El locutor anuncia el nombre de otro participante, mientras yo salgo a la calle con las manos en los bolsillos, dejando atrás los aplausos.
Sin embargo, este año tengo el presentimiento de que va a ser distinto, si dios quiere. Me tengo fe.
Mi cuento se trata de un tipo, que cansado de acumular frustraciones, decide suicidarse. Pero resulta que cuando ya está con la soga al cuello, listo para saltar, le toca el timbre un técnico de su servidor de internet.
— ¿Quién es?— dice el pobre con la voz quebrada.
— ¿Usted pidió reparación, señor?— le pregunta el técnico del otro lado de la puerta.
—Sí, pero me dijeron que iban a venir pasado mañana.
—No sé, a mí me mandaron hoy, maestro.
La vida en un instante, ¿se dan cuenta? ¿Qué hace? ¿Lo atiende o se ahorca?
Ahí está el nudo del cuento.
Lo piensa, lo piensa, y cuando el técnico ya se está yendo, le suplica:
— ¡Espere un momento, por favor, que ya le abro!
Se baja del banquito, se seca las lágrimas y lo atiende.
Gracias a esa decisión, el personaje vuelve a tener wifi y se cuelga, pero mirando reels y dejando de lado la idea de matarse.
¿El técnico adelantó dos días su visita para salvarle la vida? Eso queda a la libre interpretación del lector, que según dicen es quien debe terminar la historia.
Estoy muy confiado en el giro argumental que toma la trama. Anoche me soñé subido al escenario del club, agradeciendo al jurado y haciendo corazoncitos con las manos al público que me aplaudía de pie. Es que esta vez espero impactar al jurado, no sé es una corazonada que tengo.
Por otra parte, estuve leyendo en una revista, que las primeras líneas de un cuento son fundamentales para atrapar al lector. Y mi escrito comienza diciendo:
“Hoy temprano llevé mi cuento al concurso literario. A la vuelta entré a la ferretería y compré dos metros de soga gruesa”.
¿No me digan que no tiene gancho?
Autor: El Gordo Mabel

Oscar Marful

Genial, el cuento en el cuento y con los hilos a la vista.

Muchas gracias por el comentario, Silvina!