Cuento para el Concurso "Emergencias"
Publicado: Mié Dic 20, 2023 6:15 pm
Un dolor punzante lo sacudió unos segundos, para luego, devolverlo a la realidad y al abrir los ojos lo primero que vio fue una lámpara de tubo bastante sucia que titilaba de forma inestable, como si estuviera al borde de quemarse. Mal iluminaba el cielo raso grisáceo lleno de humedad y parcialmente desgranado, y la débil luz rebotaba sobre los azulejos amarillentos, gastados y agrietados de las paredes.
—¡Lucio!
—¡¿Lucila?! —Respondió el joven a su amada, incorporándose en la camilla gastada, pero el movimiento brusco le provocó una corriente de dolor en el pecho que lo sacudió. Como pudo llevó una mano debilitada y la apoyó en su pecho sobre el corazón, éste palpitaba de forma inestable. Entre sollozos confundidos miró los alrededores, pero no había nadie en la sala de emergencias del hospital.
—Lucila… doctor… alguien… —murmuraba al aire, casi en tono suplicante.
¿Qué había pasado? No lo recordaba, su cabeza daba vueltas, recordaba pasar junto a los árboles a gran velocidad, atravesando el campo y el bosque. Luego vio luces de frente y lo que parecía la trompa de una camioneta yendo hacia él, esas imágenes cruzaban una a otra por su cerebro, confundiéndolo más y más. El fuerte dolor que lo atenazaba no lo dejaba pensar con claridad, “Lucila…”, repitió en su mente. ¿Dónde estaba su novia? ¿Por qué la había escuchado tan… “lejana”? La voz de la joven se oía como un susurro perdido en el viento, pero de alguna manera, junto a él.
—¡Lucio…!
—¡…! —se incorporó nuevamente, repitiendo la corriente ardorosa que lo sacudía, era innegable ¡Ella lo llamaba!—. ¡Lucila! ¡¿Dónde estás?!
Algo andaba muy mal, puesto que sabía que estaba escuchando a su novia, pero no podía verla… ¿Por qué? Al momento se percató de algo más que lo perturbó sobremanera: el hospital estaba total y completamente derruido, abandonado, revuelto, tanto los muebles como los instrumentales, las mantas y demás. Absolutamente todo estaba cubierto de óxido, mugre, tierra y humedad, las paredes y el suelo parecían rajados, las baldosas estaban ennegrecidas y muchas, completamente partidas de lado a lado. Todo parecía ser parte de los restos de una catástrofe terrible.
—¿HOLA? —elevó la voz, pero no recibió la respuesta de nadie—. ¿Doctor? ¿Lucila? ¡LUCILA! —exclamó, pero realmente parecía estar completamente solo y aislado. Se incorporó lentamente, descubriendo que aún llevaba puesta la ropa que usaba antes de… ¿De qué? ¿Por qué estaba en un lugar así en primer lugar? Una puntada de dolor invadió su cabeza y cerró los ojos, por un momento vio una camioneta de frente, a punto de embestirlo.
Aterrado intentó cubrirse con los brazos, pero fue castigado por otra oleada de dolor, otra vez proveniente del pecho. Sentía que algo lo atravesaba de pecho a espalda, el malestar se concentraba en el sector izquierdo del torso.
—Luci… —susurró temeroso y, luego de calzarse los zapatos (que estaban curiosamente limpios, al pie de la camilla) emprendió la marcha en dirección a la salida.
Al salir al pasillo lo que se encontró no lo alentó para nada; la sala de emergencias estaba en las mismas condiciones que el lugar donde había despertado, completamente en ruinas, como remanente de un desastre ocurrido quién sabe hace cuánto tiempo atrás.
—¡Lucila! —gritó. como respuesta oyó el golpe de algo metálico cerca. Fue a toda prisa (o por lo menos lo más rápido que pudo) en dirección al ruido, esperanzado de encontrar ayuda. El sonido provenía de detrás de una columna, más allá del área de espera, plagado de asientos, al llegar a unos metros y fijar la vista lo sacudió un terrible escalofrío, ya que, aquello que había sonado se trataba de un viejo termo destapado, pero eso no era el problema, sino quien lo había pateado.
Se trataba de una figura delgada, menuda y encorvada, enfundada en un traje de enfermera (zapatillas blancas, pantalón y camiseta ancha fina de color azul, todo gravemente sucio) se hallaba de espaldas a él mirando en dirección a una puerta que llevaba a los ascensores. Respiraba agitada y su cabeza se movía anormalmente rápido, como si sufriera convulsiones. Apenas dio un paso en dirección a las puertas y se tambaleó en forma inestable, parecía estar bajo el efecto de alguna sustancia.
—¿Hola? ¿Está bien? —preguntó Lucio.
—… —la la enfermera no contestó, pero dio muestras de advertir su presencia, ya que giró la cabeza en dirección al joven.
—Qué caraj… —susurró el muchacho, pero su voz se perdió, sus ojos se abrieron como platos de la impresión, no podía creer lo que veía.
La “mujer” parecía tener la piel de la cara desollada y llevaba una mascarilla, por lo que no podía verle (afortunadamente) todo el rostro, pero bajo la cabellera negra y enmarañada, tenía toda la piel de los ojos, frente y mejillas, incluso las orejas, con el aspecto de haber sido arrancada a mano, y los tejidos musculares expuestos estaban como hinchados amarronados, supuraban algo de pus y fluidos, Lucio no distinguía los ojos, estaba seguro que no había ninguno en aquella putrefacta y mortal presencia.
—Lucio… ¡No te vayas! —la voz de Lucila se lamentaba a lo lejos.
—Lucila ¿Dónde estás? —exclamó el joven, la extraña frente a él reaccionó como una máquina activada a control remoto, y se lanzó en su dirección con los brazos extendidos. Llevaba guantes de látex viejos y ennegrecidos en las manos, goteaba pus de los agujeros.
Lucio se echó hacia atrás del susto y casi se cae, medio doblado por el dolor punzante en el pecho, medio aterrado por aquella cosa. Se fue alejando de manera inestable, dándose golpes contra, asientos, paredes y objetos en dirección a la salida del hospital. “¡Tengo que salir!” pensaba desesperado, embistió la puerta doble violentamente y tomó el pasador para forcejear con el brazo fuerte, en un intento inútil de abrirla, pero no cedía. Parecía que algo impedía deliberadamente el acceso al exterior, una especie de oscuridad como humo se arremolinaba en el exterior, impidiéndole ver la vereda del hospital. ¿Tal vez sería aquella sustancia la que bloqueaba él acceso?
Un gruñido gutural le heló la sangre, giró para ver a aquella mujer aproximándosele, ¿Qué le había pasado? ¿Por qué estaba así? Sin dudas no podía dejar que se le acerque, pues sabía (o al menos intuía) que aquella cosa no tendría buenas intenciones. Volvió camino atrás, hacia el área de emergencias, cuando sintió un calor abrasador en su pecho en el área afectada de antes, sufrió una molestia incapacitante y sintió algo pesado como moviéndose de forma atroz en él, perdió equilibrio, resbaló y cayó boca abajo, y presa del miedo creciente, optó por arrastrarse fuera del alcance de aquella cosa.
—¡Dale Lucio, quédate conmigo! ¡No me dejes! —gritó preocupada su novia, se notaba angustiada, desesperada.
—¡Lucila! —gritó el joven con todas sus fuerzas, pero unas manos heladas en sus tobillos detuvieron su angustioso avance—. ¡AGHHH! ¡SOLTAME! —exclamó aterrado. La criatura trepaba por su cuerpo y dejaba consigo un rastro de viscosidad maloliente (principalmente pus y sangre coagulada) que supuraba de la piel descubierta. Aquella mujer lo tomó del cuello y comenzó a asfixiarlo al tiempo que su horroroso semblante se agitaba de manera total y completamente inhumana. El frío que transmitía en sus manos le calaba hasta los huesos y el aroma a carne pasada le entraba en la nariz y taponaba sus fosas nasales.
—Lucila... —susurraba el joven, a punto de llorar. En medio del forcejeo y con él ya quedándose sin fuerzas, el terrible dolor que padecía en el pecho se borró al cien por ciento, como si nunca hubiera sufrido nada. ¿Qué estaba pasando en aquel lugar?. Inmediatamente notó un haz de luz a sus espaldas, proveniente del lado del área de emergencias, luego comenzó a oír sonidos de máquinas funcionando, el traqueteo de pasos y bandejas yendo de un lugar a otro y voces de hombres y mujeres dando órdenes e indicaciones. Aquellas voces se notaban tensas, pero al mismo tiempo determinadas y con el paso del tiempo, notó que éstas eran del personal del hospital que luchaban por salvar una vida.
—¡Perfecto! Retiramos la barra de forma limpia, pasó a un lado del corazón. Está débil pero estable —informaba un doctor.
—Aún así, la pérdida de sangre es mucha y la herida es amplia —objetó otro—. ¡Preparen más suero y sangre! —ordenó con firmeza.
—¡En seguida, doctor! —respondió una voz masculina.
Mientras los médicos hablaban, Lucio forcejeaba con la enfermera que cada vez ejercía una mayor presión sobre su cuello, cortándole la respiración. “Tengo que llegar con ellos” pensaba, mientras el joven notó las voces alarmándose.
—No… ¡No! ¡Doctor! ¡Está entrando en crisis! Su ritmo cardíaco es inestable —informó una mujer.
—¡Desfibrilador! —ordenó la misma voz firme de antes. Segundos después un sacudón agitó su cuerpo entero y notó nuevas fuerzas que recorrían sus cansados miembros, pero la real diferencia la marcó una voz conocida.
—¡LUCIOOOOO! —Lucila parecía haber entrado a la sala.
—¡Señorita! ¡Vuelva a salir! ¡Manténgase apartada! —la reprendió una señora.
Lucio sintió una mano cálida de tacto conocido en su mano, algo que le dio más fuerzas para tomar las manos del ser y apartarlas de su cuello.
—¡DEJAME EN PAZ, MALDITA! —rugió a viva voz. Luego apartó al ser de un puñetazo en la mejilla. No esperó a que responda y se dio vuelta rápidamente para incorporarse, sorprendiéndose de lo que tenía frente a él:
Se trataba de una especie de portal luminoso del tamaño de una puerta, era como una cortina de luz que, al otro lado tenía una imagen del “mundo real”. En él veía un hospital moderno y veía en plena tarea a un grupo de médicos que atendían a alguien entubado en una camilla y, sosteniendo la mano del paciente, estaba Lucila, golpeada y con vendas a un costado de la cabeza, pero en mucho mejor estado que el afligido; una copia de él mismo.
“¿Estoy muerto?” se preguntaba, mirándose las manos. Veía el monitor cardíaco cada vez más inestable y el personal del hospital intentando estabilizarlo, Lucía lo miraba desesperada, cuando fue apartada de su lado por una enfermera y unos de los médicos decía claramente:
—Lo estamos perdiendo, pero aún hay chances, Lucio, por favor ayúdanos, no te rindas.
La criatura gruñó incorporándose de nuevo y Lucio comenzó a correr hacia aquel portal “Un poco más… sólo un poco más” pensaba, con toda su vida, alma, mente y corazón pendiendo de un hilo “Lucila, te amo”, pensó con todas sus fuerzas.
—¡Lucio!
—¡¿Lucila?! —Respondió el joven a su amada, incorporándose en la camilla gastada, pero el movimiento brusco le provocó una corriente de dolor en el pecho que lo sacudió. Como pudo llevó una mano debilitada y la apoyó en su pecho sobre el corazón, éste palpitaba de forma inestable. Entre sollozos confundidos miró los alrededores, pero no había nadie en la sala de emergencias del hospital.
—Lucila… doctor… alguien… —murmuraba al aire, casi en tono suplicante.
¿Qué había pasado? No lo recordaba, su cabeza daba vueltas, recordaba pasar junto a los árboles a gran velocidad, atravesando el campo y el bosque. Luego vio luces de frente y lo que parecía la trompa de una camioneta yendo hacia él, esas imágenes cruzaban una a otra por su cerebro, confundiéndolo más y más. El fuerte dolor que lo atenazaba no lo dejaba pensar con claridad, “Lucila…”, repitió en su mente. ¿Dónde estaba su novia? ¿Por qué la había escuchado tan… “lejana”? La voz de la joven se oía como un susurro perdido en el viento, pero de alguna manera, junto a él.
—¡Lucio…!
—¡…! —se incorporó nuevamente, repitiendo la corriente ardorosa que lo sacudía, era innegable ¡Ella lo llamaba!—. ¡Lucila! ¡¿Dónde estás?!
Algo andaba muy mal, puesto que sabía que estaba escuchando a su novia, pero no podía verla… ¿Por qué? Al momento se percató de algo más que lo perturbó sobremanera: el hospital estaba total y completamente derruido, abandonado, revuelto, tanto los muebles como los instrumentales, las mantas y demás. Absolutamente todo estaba cubierto de óxido, mugre, tierra y humedad, las paredes y el suelo parecían rajados, las baldosas estaban ennegrecidas y muchas, completamente partidas de lado a lado. Todo parecía ser parte de los restos de una catástrofe terrible.
—¿HOLA? —elevó la voz, pero no recibió la respuesta de nadie—. ¿Doctor? ¿Lucila? ¡LUCILA! —exclamó, pero realmente parecía estar completamente solo y aislado. Se incorporó lentamente, descubriendo que aún llevaba puesta la ropa que usaba antes de… ¿De qué? ¿Por qué estaba en un lugar así en primer lugar? Una puntada de dolor invadió su cabeza y cerró los ojos, por un momento vio una camioneta de frente, a punto de embestirlo.
Aterrado intentó cubrirse con los brazos, pero fue castigado por otra oleada de dolor, otra vez proveniente del pecho. Sentía que algo lo atravesaba de pecho a espalda, el malestar se concentraba en el sector izquierdo del torso.
—Luci… —susurró temeroso y, luego de calzarse los zapatos (que estaban curiosamente limpios, al pie de la camilla) emprendió la marcha en dirección a la salida.
Al salir al pasillo lo que se encontró no lo alentó para nada; la sala de emergencias estaba en las mismas condiciones que el lugar donde había despertado, completamente en ruinas, como remanente de un desastre ocurrido quién sabe hace cuánto tiempo atrás.
—¡Lucila! —gritó. como respuesta oyó el golpe de algo metálico cerca. Fue a toda prisa (o por lo menos lo más rápido que pudo) en dirección al ruido, esperanzado de encontrar ayuda. El sonido provenía de detrás de una columna, más allá del área de espera, plagado de asientos, al llegar a unos metros y fijar la vista lo sacudió un terrible escalofrío, ya que, aquello que había sonado se trataba de un viejo termo destapado, pero eso no era el problema, sino quien lo había pateado.
Se trataba de una figura delgada, menuda y encorvada, enfundada en un traje de enfermera (zapatillas blancas, pantalón y camiseta ancha fina de color azul, todo gravemente sucio) se hallaba de espaldas a él mirando en dirección a una puerta que llevaba a los ascensores. Respiraba agitada y su cabeza se movía anormalmente rápido, como si sufriera convulsiones. Apenas dio un paso en dirección a las puertas y se tambaleó en forma inestable, parecía estar bajo el efecto de alguna sustancia.
—¿Hola? ¿Está bien? —preguntó Lucio.
—… —la la enfermera no contestó, pero dio muestras de advertir su presencia, ya que giró la cabeza en dirección al joven.
—Qué caraj… —susurró el muchacho, pero su voz se perdió, sus ojos se abrieron como platos de la impresión, no podía creer lo que veía.
La “mujer” parecía tener la piel de la cara desollada y llevaba una mascarilla, por lo que no podía verle (afortunadamente) todo el rostro, pero bajo la cabellera negra y enmarañada, tenía toda la piel de los ojos, frente y mejillas, incluso las orejas, con el aspecto de haber sido arrancada a mano, y los tejidos musculares expuestos estaban como hinchados amarronados, supuraban algo de pus y fluidos, Lucio no distinguía los ojos, estaba seguro que no había ninguno en aquella putrefacta y mortal presencia.
—Lucio… ¡No te vayas! —la voz de Lucila se lamentaba a lo lejos.
—Lucila ¿Dónde estás? —exclamó el joven, la extraña frente a él reaccionó como una máquina activada a control remoto, y se lanzó en su dirección con los brazos extendidos. Llevaba guantes de látex viejos y ennegrecidos en las manos, goteaba pus de los agujeros.
Lucio se echó hacia atrás del susto y casi se cae, medio doblado por el dolor punzante en el pecho, medio aterrado por aquella cosa. Se fue alejando de manera inestable, dándose golpes contra, asientos, paredes y objetos en dirección a la salida del hospital. “¡Tengo que salir!” pensaba desesperado, embistió la puerta doble violentamente y tomó el pasador para forcejear con el brazo fuerte, en un intento inútil de abrirla, pero no cedía. Parecía que algo impedía deliberadamente el acceso al exterior, una especie de oscuridad como humo se arremolinaba en el exterior, impidiéndole ver la vereda del hospital. ¿Tal vez sería aquella sustancia la que bloqueaba él acceso?
Un gruñido gutural le heló la sangre, giró para ver a aquella mujer aproximándosele, ¿Qué le había pasado? ¿Por qué estaba así? Sin dudas no podía dejar que se le acerque, pues sabía (o al menos intuía) que aquella cosa no tendría buenas intenciones. Volvió camino atrás, hacia el área de emergencias, cuando sintió un calor abrasador en su pecho en el área afectada de antes, sufrió una molestia incapacitante y sintió algo pesado como moviéndose de forma atroz en él, perdió equilibrio, resbaló y cayó boca abajo, y presa del miedo creciente, optó por arrastrarse fuera del alcance de aquella cosa.
—¡Dale Lucio, quédate conmigo! ¡No me dejes! —gritó preocupada su novia, se notaba angustiada, desesperada.
—¡Lucila! —gritó el joven con todas sus fuerzas, pero unas manos heladas en sus tobillos detuvieron su angustioso avance—. ¡AGHHH! ¡SOLTAME! —exclamó aterrado. La criatura trepaba por su cuerpo y dejaba consigo un rastro de viscosidad maloliente (principalmente pus y sangre coagulada) que supuraba de la piel descubierta. Aquella mujer lo tomó del cuello y comenzó a asfixiarlo al tiempo que su horroroso semblante se agitaba de manera total y completamente inhumana. El frío que transmitía en sus manos le calaba hasta los huesos y el aroma a carne pasada le entraba en la nariz y taponaba sus fosas nasales.
—Lucila... —susurraba el joven, a punto de llorar. En medio del forcejeo y con él ya quedándose sin fuerzas, el terrible dolor que padecía en el pecho se borró al cien por ciento, como si nunca hubiera sufrido nada. ¿Qué estaba pasando en aquel lugar?. Inmediatamente notó un haz de luz a sus espaldas, proveniente del lado del área de emergencias, luego comenzó a oír sonidos de máquinas funcionando, el traqueteo de pasos y bandejas yendo de un lugar a otro y voces de hombres y mujeres dando órdenes e indicaciones. Aquellas voces se notaban tensas, pero al mismo tiempo determinadas y con el paso del tiempo, notó que éstas eran del personal del hospital que luchaban por salvar una vida.
—¡Perfecto! Retiramos la barra de forma limpia, pasó a un lado del corazón. Está débil pero estable —informaba un doctor.
—Aún así, la pérdida de sangre es mucha y la herida es amplia —objetó otro—. ¡Preparen más suero y sangre! —ordenó con firmeza.
—¡En seguida, doctor! —respondió una voz masculina.
Mientras los médicos hablaban, Lucio forcejeaba con la enfermera que cada vez ejercía una mayor presión sobre su cuello, cortándole la respiración. “Tengo que llegar con ellos” pensaba, mientras el joven notó las voces alarmándose.
—No… ¡No! ¡Doctor! ¡Está entrando en crisis! Su ritmo cardíaco es inestable —informó una mujer.
—¡Desfibrilador! —ordenó la misma voz firme de antes. Segundos después un sacudón agitó su cuerpo entero y notó nuevas fuerzas que recorrían sus cansados miembros, pero la real diferencia la marcó una voz conocida.
—¡LUCIOOOOO! —Lucila parecía haber entrado a la sala.
—¡Señorita! ¡Vuelva a salir! ¡Manténgase apartada! —la reprendió una señora.
Lucio sintió una mano cálida de tacto conocido en su mano, algo que le dio más fuerzas para tomar las manos del ser y apartarlas de su cuello.
—¡DEJAME EN PAZ, MALDITA! —rugió a viva voz. Luego apartó al ser de un puñetazo en la mejilla. No esperó a que responda y se dio vuelta rápidamente para incorporarse, sorprendiéndose de lo que tenía frente a él:
Se trataba de una especie de portal luminoso del tamaño de una puerta, era como una cortina de luz que, al otro lado tenía una imagen del “mundo real”. En él veía un hospital moderno y veía en plena tarea a un grupo de médicos que atendían a alguien entubado en una camilla y, sosteniendo la mano del paciente, estaba Lucila, golpeada y con vendas a un costado de la cabeza, pero en mucho mejor estado que el afligido; una copia de él mismo.
“¿Estoy muerto?” se preguntaba, mirándose las manos. Veía el monitor cardíaco cada vez más inestable y el personal del hospital intentando estabilizarlo, Lucía lo miraba desesperada, cuando fue apartada de su lado por una enfermera y unos de los médicos decía claramente:
—Lo estamos perdiendo, pero aún hay chances, Lucio, por favor ayúdanos, no te rindas.
La criatura gruñó incorporándose de nuevo y Lucio comenzó a correr hacia aquel portal “Un poco más… sólo un poco más” pensaba, con toda su vida, alma, mente y corazón pendiendo de un hilo “Lucila, te amo”, pensó con todas sus fuerzas.