Concurso de cuentos: A la sombra
Publicado: Mié Dic 20, 2023 11:26 pm
Se me heló la sangre cuando lo ví ahí tirado, casi sin moverse, mirándome fijamente.
No pude moverme de allí, ni siquiera cuando empecé a oír las sirenas y las fuertes pisadas de los uniformados, quienes comenzaron a apuntarnos con sus linternas, intentando comprender que había pasado.
Tampoco pude abrir la boca para ayudarles, simplemente no pude; estaba como mudo por la conmoción de haber cometido un crimen.
Pero, antes de irme para siempre, vos tendrás el privilegio de saber de primera mano lo que ocurrió aquella noche en el callejón.
Mauricio era una persona talentosa, muy ambiciosa, pero terriblemente desagradable, y puedo decírtelo porque fui quien mejor lo conocía (siempre estuve a su sombra).
Era alguien que siempre iba por más, pero no tenía escrúpulos para conseguir lo que quería.
No supo apreciar todo lo que tenía, ni a todos los que tenía en su vida. Nunca les agradeció por haberlo ayudado a llegar a donde estaba; era el dueño de la más prestigiosa empresa de comunicaciones de la provincia, y estoy seguro que pronto lo hubiese sido del país.
Pero pronto comenzó a alejar a todos los que lo querían: dejó de hablar con sus padres, culpándolos de sus desgracias en los negocios; cortó toda relación con Jorgelina, la única mujer por la que realmente había sentido algo parecido a amor (cómo lo maldije el día que ella salió llorando de su despacho); incluso ocultó ante los medios la ayuda y el mérito de sus dos colegas más cercanos y mejores amigos (Daniel y Abel), a quienes acto seguido echó de la compañía.
Durante el siguiente año, por las noches solía tener vívidas pesadillas de sus padres, de Jorgelina, de sus amigos, acercándose a él con lágrimas en los ojos, pidiéndole su atención, para luego cambiar su expresión por una de indiferencia y por último sacar un arma o un cuchillo y atacarle.
Sus sombras solían reproducir en su mente finales alternativos, con violentas y frías venganzas, que concluían con él despertando completamente sudado y sin poder respirar bien.
Al final Mauricio recibió su merecido, aunque por mucho tiempo dudé que pudiera ocurrir (¿cuándo alguien hará justicia?); llegué a odiarlo muchísimo, tanto que ... comencé a hablarle.
Al principio intenté advertirle, instarlo a cambiar tal vez sus palabras, sus reacciones o sus acciones, pero no sirvió de nada, pues incluso ignoraba mi existencia.
Esa fatídica noche, como otras tantas, intentaba inútilmente que me escuchará diciéndole "¡No lo hagas!", pero todo concluía con un monólogo de Mauricio (los vecinos pensaban que enloquecía y le hablaba a la nada); cuando concluyó por fin, le dije "Te vas a arrepentir".
Entonces salió de su hermosa y enorme casa (ganada con mucho esfuerzo ajeno) dando un portazo.
Echó a andar por la estrecha calle de aquel lujoso barrio privado sin percatarse de que comenzaba a llover. Siguió imperturbable hasta que la bolsa de basura que acababa de dejar atrás fue lanzada hacia delante suyo con tal fuerza como si alguien la hubiese pateado.
Aterrado, volteó a ver, pero nadie había allí, sólo penumbra, y un poste de luz apagado a 20 metros que no le fue de mucha ayuda.
Se quedó unos segundos quiero en silencio con la vista fija en el arbusto a su derecha cuando de repente un perro salió corriendo hacia la calle e hizo que él se sobresaltara tanto que empezó a maldecir en voz alta al perro, a la bolsa, a la lluvia, al poste, y a todo el que aún no se había cruzado con él, por si acaso.
Nuevamente reanudó la marcha, ahora más rápidamente, pero a los pocos pasos sintió cómo unos dedos tocaban su hombro intentando llamar su atención.
Esta vez soltó un grito de pavor y lanzó un puñetazo y una patada al aire, sin resultados.
Corrió el resto del trayecto hasta la iluminada avenida (desierta, como todos los jueves a las 1 AM), se detuvo, miró atrás, y al no ver a nadie soltó una exhalación de alivio. Quiso dirigirse a la estación de servicio que frecuentaba (tenía esta un café y un desfasado teléfono público que ya imaginaba estar necesitando) y de nuevo quiso correr, pero algo se lo impidió y le hizo tropezar y caer de bruces al asfalto, empapado, y ahora con un corte en la mano izquierda.
Aun no se había incorporado cuando escuchó una voz detrás de él: "Te dije que te ibas a arrepentir".
Se puso de pie de un salto y corrió como si la muerte lo persiguiera (qué curioso, ¿no?)
Cegado por el terror perdió de vista la estación y corrió sin rumbo hasta acabar en un callejón sin salida. Cuando miró atrás, se encontró conmigo.
Su rostro reflejó una expresión de horror tal que hasta yo me sentí asustado, pero no dudé.
Entonces su cuerpo se paralizó, su corazón dejó de latir, y cayó inerte al suelo.
Pude ver en su mirada un último rastro de, piedad, no, arrepentimiento (tampoco, no creo en esas cosas), en todos los 'si hubiera' de sus fantasmas, lo que nunca les dijo a quienes lo querían, las disculpas que ya no pronunciará ante sus amigos de toda la vida, los 'te amo' que nunca le expresó a la bella Jorgelina, los 'gracias por todo' que nunca mencionó ni el funeral de sus padres.
Ojalá yo pudiera tener personas así en mi vida.
Y fue por eso que quise quitársela a Mauricio, ya no podía soportar cómo la desperdiciaba; pero cometí un grave error de cálculo.
Ahora Mauricio se fue, su vida, sus seres amados y sus cosas se fueron también, y yo, que sólo soy su sombra (literalmente) tendré que acompañarlo para siempre, pues no hay lugar para las sombras en una casa vacía.
No pude moverme de allí, ni siquiera cuando empecé a oír las sirenas y las fuertes pisadas de los uniformados, quienes comenzaron a apuntarnos con sus linternas, intentando comprender que había pasado.
Tampoco pude abrir la boca para ayudarles, simplemente no pude; estaba como mudo por la conmoción de haber cometido un crimen.
Pero, antes de irme para siempre, vos tendrás el privilegio de saber de primera mano lo que ocurrió aquella noche en el callejón.
Mauricio era una persona talentosa, muy ambiciosa, pero terriblemente desagradable, y puedo decírtelo porque fui quien mejor lo conocía (siempre estuve a su sombra).
Era alguien que siempre iba por más, pero no tenía escrúpulos para conseguir lo que quería.
No supo apreciar todo lo que tenía, ni a todos los que tenía en su vida. Nunca les agradeció por haberlo ayudado a llegar a donde estaba; era el dueño de la más prestigiosa empresa de comunicaciones de la provincia, y estoy seguro que pronto lo hubiese sido del país.
Pero pronto comenzó a alejar a todos los que lo querían: dejó de hablar con sus padres, culpándolos de sus desgracias en los negocios; cortó toda relación con Jorgelina, la única mujer por la que realmente había sentido algo parecido a amor (cómo lo maldije el día que ella salió llorando de su despacho); incluso ocultó ante los medios la ayuda y el mérito de sus dos colegas más cercanos y mejores amigos (Daniel y Abel), a quienes acto seguido echó de la compañía.
Durante el siguiente año, por las noches solía tener vívidas pesadillas de sus padres, de Jorgelina, de sus amigos, acercándose a él con lágrimas en los ojos, pidiéndole su atención, para luego cambiar su expresión por una de indiferencia y por último sacar un arma o un cuchillo y atacarle.
Sus sombras solían reproducir en su mente finales alternativos, con violentas y frías venganzas, que concluían con él despertando completamente sudado y sin poder respirar bien.
Al final Mauricio recibió su merecido, aunque por mucho tiempo dudé que pudiera ocurrir (¿cuándo alguien hará justicia?); llegué a odiarlo muchísimo, tanto que ... comencé a hablarle.
Al principio intenté advertirle, instarlo a cambiar tal vez sus palabras, sus reacciones o sus acciones, pero no sirvió de nada, pues incluso ignoraba mi existencia.
Esa fatídica noche, como otras tantas, intentaba inútilmente que me escuchará diciéndole "¡No lo hagas!", pero todo concluía con un monólogo de Mauricio (los vecinos pensaban que enloquecía y le hablaba a la nada); cuando concluyó por fin, le dije "Te vas a arrepentir".
Entonces salió de su hermosa y enorme casa (ganada con mucho esfuerzo ajeno) dando un portazo.
Echó a andar por la estrecha calle de aquel lujoso barrio privado sin percatarse de que comenzaba a llover. Siguió imperturbable hasta que la bolsa de basura que acababa de dejar atrás fue lanzada hacia delante suyo con tal fuerza como si alguien la hubiese pateado.
Aterrado, volteó a ver, pero nadie había allí, sólo penumbra, y un poste de luz apagado a 20 metros que no le fue de mucha ayuda.
Se quedó unos segundos quiero en silencio con la vista fija en el arbusto a su derecha cuando de repente un perro salió corriendo hacia la calle e hizo que él se sobresaltara tanto que empezó a maldecir en voz alta al perro, a la bolsa, a la lluvia, al poste, y a todo el que aún no se había cruzado con él, por si acaso.
Nuevamente reanudó la marcha, ahora más rápidamente, pero a los pocos pasos sintió cómo unos dedos tocaban su hombro intentando llamar su atención.
Esta vez soltó un grito de pavor y lanzó un puñetazo y una patada al aire, sin resultados.
Corrió el resto del trayecto hasta la iluminada avenida (desierta, como todos los jueves a las 1 AM), se detuvo, miró atrás, y al no ver a nadie soltó una exhalación de alivio. Quiso dirigirse a la estación de servicio que frecuentaba (tenía esta un café y un desfasado teléfono público que ya imaginaba estar necesitando) y de nuevo quiso correr, pero algo se lo impidió y le hizo tropezar y caer de bruces al asfalto, empapado, y ahora con un corte en la mano izquierda.
Aun no se había incorporado cuando escuchó una voz detrás de él: "Te dije que te ibas a arrepentir".
Se puso de pie de un salto y corrió como si la muerte lo persiguiera (qué curioso, ¿no?)
Cegado por el terror perdió de vista la estación y corrió sin rumbo hasta acabar en un callejón sin salida. Cuando miró atrás, se encontró conmigo.
Su rostro reflejó una expresión de horror tal que hasta yo me sentí asustado, pero no dudé.
Entonces su cuerpo se paralizó, su corazón dejó de latir, y cayó inerte al suelo.
Pude ver en su mirada un último rastro de, piedad, no, arrepentimiento (tampoco, no creo en esas cosas), en todos los 'si hubiera' de sus fantasmas, lo que nunca les dijo a quienes lo querían, las disculpas que ya no pronunciará ante sus amigos de toda la vida, los 'te amo' que nunca le expresó a la bella Jorgelina, los 'gracias por todo' que nunca mencionó ni el funeral de sus padres.
Ojalá yo pudiera tener personas así en mi vida.
Y fue por eso que quise quitársela a Mauricio, ya no podía soportar cómo la desperdiciaba; pero cometí un grave error de cálculo.
Ahora Mauricio se fue, su vida, sus seres amados y sus cosas se fueron también, y yo, que sólo soy su sombra (literalmente) tendré que acompañarlo para siempre, pues no hay lugar para las sombras en una casa vacía.