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La llave del ángel

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Alan Chaya 1989, Vie Dic 29, 2023 6:21 pm

La llave del ángel

Hizo señas de que quería un cortado mientras secaba los lentes con una servilleta; era muy delgado y alto, pelón, y llevaba un manojo de llaves colgando de su cinto.
-¿No le parece raro que la gente siga usando llaves para entrar a su hogar? -comenté mientras repasaba su mesa.
-¿Por qué lo dice? -preguntó, asombrado, y señalé el manojo tintineante.
-Ah, sí, solo necesito una para entrar a mi casa pero las utilizo de lastre los días ventosos para no salir volando -bromeó, y luego me platicó sobre su antiguo trabajo como empleado municipal:
Mi trabajo parecía fácil porque no demandaba demasiado esfuerzo físico ni mental, pero sí mucha responsabilidad y disponibilidad a tiempo completo. Me llamaban El Portero porque tenía a mi cuidado una copia de cada llave de la ciudad; eran más de veinte mil, veinte mil siete para ser exacto, distribuidas a lo largo y a lo ancho de las cuatro paredes del dormitorio de huéspedes, y separadas en grupos correspondientes a los distintos edificios municipales, incluyendo las del hogar del Mandatario. Cada una tenía un llavero rotulado para poder diferenciarlas. Consciente de la responsabilidad que cargaba sobre los hombros, hice tapiar la ventana de la habitación que daba al exterior e instalé un sistema de alarma; la única forma de ingresar era por una puerta en el interior de la casa que mantenía bajo llave y que yo mismo me limitaba a cruzar para ventilar y extraer el polvillo y las telarañas. Solo unos pocos empleados de cada edificio estaban autorizados para solicitar llaves y, a excepción del jefe comunal, nadie podía retirarlas de mi casa.
Durante los años que estuve en el cargo, fueron muy pocas las veces que debí atender la urgencia de algún distraído que, por ejemplo, había olvidado un archivo o plano importante que debía entregar sin falta a primera hora de la mañana. Cuando esto ocurría, era obligatorio registrarlo con fecha y hora en un libro de actas y exigir la firma del solicitante, a quien acompañaba para asegurarme la devolución de las llaves prestadas.
Entre todas las que había examinado con atención, solo una difería del resto; esta no era de aluminio, sino de bronce y tenía dos alas de ángel en el brazo y una cruz en la empuñadura. Lo más llamativo era que no contaba con una descripción y no me atreví a preguntar por ella cuando la recibí por temor a que comenzaran a dudar de mi fidelidad, y después de un tiempo me arrepentí de no haberlo hecho, al imaginar que en alguna ocasión alguien podía llamarme por teléfono y ordenarme algo así como: “¡Te espero con la llave-ángel donde ya sabés! ¡No demores!.” Y cortara la comunicación sin esperar mi respuesta. No, de ninguna manera podía preguntar por su utilidad después de 15 años en el cargo y quedar como un incompetente. Para remendar, de alguna manera, el error, elegí un lugar especial para ella: el hueco de uno de los tomacorrientes; aunque, tal vez, al final solo se tratara de una llave antigua del baño de un despacho en desuso. De cualquier forma, pensaba que era mejor mantenerla fuera de vista.
Después de muchos años el intendente debió abandonar el poder al no lograr la mayoría de votos, y pasadas las 03:00 am del día posterior a las elecciones, me llamó por teléfono:
-¡Amancio! -se presentó con su voz ronca de fumador.
-¿Quién habla? -contesté, dormido.
-Soy yo, Jorge Amado.
-¡Jorge! ¿Qué pasó? ¿Cómo anda?
-Bien, querido, escúchame una cosa, agarrá la llave con alas y un paraguas, que te estoy esperando afuera.
Me senté en la cama y volteé el velador al intentar encenderlo para buscar los anteojos que tenía puesto; me había dormido mientras leía una novela. Me vestí con lo que tenía a mano e ingresé a la habitación sin desconectar la alarma; estaba nervioso y no podía parar de temblar. Afuera diluviaba y había salido sin paraguas. El jefe hizo guiños con las luces de los faroles de su auto para que pudiera identificarlo a la distancia; estaba ubicado a cien metros, y me acerqué corriendo a la ventanilla del conductor.
-¡Subí! -exclamó éste frente al volante, inmerso en una nube de tabaco-. ¡Subí!
-Disculpe, Don Jorge -dije, tiritando de frío, no creí que iba a tener que acompañarlo.
-Por eso te dije que trajeras paraguas.
-Perdón, me lo olvidé, pero puedo ir a buscarlo.
-No, estoy apurado; un poco de agua no le hace mal a nadie.
El viaje duró aproximadamente veinte minutos y el destino elegido fue el cementerio local. Estaba confundido y tenía muchas preguntas pero opté por guardar silencio.
-¡Abrí! -ordenó Jorge que acababa de estacionar.
-Pe-pero -balbuceé, cabizbajo.
-¿Pero qué, Amancio? -gritó, golpeando el volante, y le expliqué que no llevaba conmigo las llaves del cementerio- ¡La llave con alas es una llave maestra, carajo! -aclaró, fastidiado por la demora-. ¡Te dije que estoy apurado!
Abrí el portón de ingreso y volteé hacia el auto, indicándole que ya podía ingresar, y una vez adentro del predio, caminamos hacia la zona de los mausoleos.
-¡Es ese! -ladró Amado, ensordecido por la tormenta: el mausoleo señalado era hermoso, de estilo griego; sobre la puerta se levantaba la estatua de un ángel con las alas extendidas, a punto de emprender vuelo; la lluvia y los relámpagos lo hacían ver real- ¡No entres, espérame afuera!
-Bueno –alcancé a murmurar, aún pasmado por la situación, y tomé distancia para darle mayor privacidad. Al cabo de unos diez minutos, este salió con una bolsa de consorcio llena de fajos de dinero, indisimulables.
-No confío en los bancos -comentó el ex mandatario al subirse al auto, seguido de una risa nerviosa, respondiendo la pregunta que de todos modos no iba a hacerle.

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Noni Gonzalez, Jue Feb 15, 2024 1:59 pm

Es muy ingenioso. Un saludo. Noni