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Cuento

Marina, Mar Dic 05, 2023 5:24 pm

Hola comunidad literaria!
Aquí va mi cuento para leer con un cafecito o con un vasito de agua en la mano. Saludos🤗

Cincuenta mil almas


A cien kilómetros de la capital, por la autovía General Yáñez, se accede al pueblo de Villa Consuelo.
Año tras año, los consuelenses aspiran alcanzar la categoría de ciudad, a costa de llenar los vientres de sus mujeres. Cada embarazo nuevo conlleva la promesa de arrimarle un dígito a la todavía lejana cifra de cincuenta mil habitantes, con la que calificarían para subir al podio de las urbes.
Villa Consuelo tiene entre sus pocos orgullos, las mujeres más fértiles y los habitantes más longevos de la zona. Como los decesos juegan en contra de la jerarquización ambicionada, intentan por todos los medios que nadie muera nunca.
De qué manera lo logran, es un misterio.
Corre un rumor incierto y de dudoso rigor científico que explicaría el extraño fenómeno, relacionándolo con las napas subterráneas y alguna propiedad milagrosa del agua extraída. Sus cuarenta y tres mil ciento siete habitantes —guarismo en ascenso permanente— lo niegan de forma rotunda y aseguran que solo se debe a la óptima combinación de vida sana y buena genética. Por ese motivo, la hospitalaria sociedad consuelense se vuelve cerrada a la hora de buscar pareja y en pos de preservar la pureza cromosómica solo admiten intimidad entre nacidos y criados allí.
La segunda cláusula de cumplimiento obligatorio es la concepción con un mínimo impuesto de cinco hijos por familia. Esta estricta exigencia viene acompañada de incentivos laborales y económicos que fomentan el entusiasmo por la cuantiosa procreación. El aumento demográfico muestra un notable incremento gracias a la fórmula implacable de altas tasas de natalidad y nulas de mortalidad. Los acerca sin prisa, pero sin pausa al resultado por el que bregan.
Su intendente, además de ser el fundador del pueblo, es también el hombre más anciano. Anselmo Gutiérrez cumplió ciento dos años el pasado tres de abril, pero desde hace cinco años que una apoplejía lo dejó ciego, tullido y mudo. Su cuerpo maltrecho permanece tumbado entre impecables sábanas de algodón. Se encogió tomando el aspecto de un bulto enjuto, recubierto por piel escamosa y quebradiza. Solo conserva la capacidad espeluznante de escucharlo todo. Sus oídos actúan como dos radares que captan hasta el más imperceptible murmullo. No haber perdido la audición representa un verdadero castigo porque oye, pero no puede comunicarse ni tomar ninguna decisión.
Don Anselmo constituye la prueba tangible de la conjetural inmortalidad, por lo cual pretenden que continúe ocupando el cargo público, aunque parezca una broma de mal gusto. Todos sostienen —afirmación incomprobable— que está en pleno uso de sus facultades mentales. Cuarenta y tres mil ciento siete personas confabuladas avalan la pantomima de la leyenda viviente, del prócer que, aun siendo un guiñapo cubierto de arrugas y manchas, continúa escribiendo la historia del pueblo. Sin duda, se trata de una estrategia publicitaria tramposa para conseguir la ambicionada meta.
Su mujer, Consuelo —quien dio nombre al poblado—, desapareció bajo circunstancias poco claras, seis décadas atrás. Quizás demasiado débil para las exigencias de la Villa. Fue uno de tantos otros casos de gente que huyó entre gallos y medianoche y de los que nunca se supo nada más. Tampoco se preocuparon por averiguarlo. Enigmas que resguardan las bocas selladas a cal y canto de toda una comunidad: en Villa Consuelo lo único que de verdad importa es que nadie muera de muerte natural, las partidas por otros motivos son etiquetadas como alta traición por no colaborar con la causa colectiva.
Los más cercanos juran que después de que ella lo abandonara, el intendente no derramó ni una sola lágrima, pero jamás encontró reemplazo ni engendró hijos con otra mujer. Al no tener descendientes, las riendas de su miserable sobrevida las lleva Eusebio Luna, antigua mano derecha y capataz de sus campos.
La realidad es que don Anselmo ya quiere morir. El recuerdo de su antigua dignidad contrasta de modo tan cruel con su actual minusvalía que el desánimo lo obligó a perder el interés por todo. Escucha cómo disponen impunemente de sus bienes, sabe que su opinión tiene el mismo valor que la de un muerto y le resulta nauseabundo que le adjudiquen ideas jamás pensadas como, por ejemplo, esa obsesión idiota por ser nombrados ciudad. A él ya no le interesa si son villa, caserío, poblado, ciudadela o metrópoli. Todo le da igual, excepto terminar cuanto antes con su sufrimiento. Suplica todas las noches que la muerte se lo lleve por la madrugada. Y al amanecer todavía con vida, no entiende por qué, en contra de su voluntad quebrantada, sigue respirando. Sus pulmones con deterioro bronquial aún funcionan, su corazón atormentado bombea, la sangre viscosa se empeña en irrigar las ruinas de su organismo.
Sabe bien que lo de las napas es un fraude inventado por él hace sesenta años para tapar otros asuntos oscuros. Pero las farsas suelen tomar una fuerza incontrolable que con entidad furiosa arrasan toda lógica. La gente decidió creer y solo por esa fe en la falsedad de una habladuría, la realidad dio un paso al costado y dejó que lo fantástico e imposible sucediera.
Nunca hay demasiada explicación para lo absurdo.
En el pozo ubicado en el centro de sus tierras no existe una fuente de Juvencia —mito que se encargó de instalar entre los pueblerinos cándidos y chismosos—, sino todo lo opuesto: hay una tumba húmeda que amordazó a cualquiera que quisiera delatar sus chanchullos.
Desde el día en el que Consuelo amenazó a Anselmo con denunciar sus estafas, duerme allí abajo un sueño de limo y aguas turbias, tal vez más milagrosas de lo esperado. Vaya si se sentirá reconfortada desde que el viejo no discierne si su criterio está fallando y ha considerado la posibilidad de que sus víctimas sean quienes lo mantienen suspendido en esa latencia aberrante. Hace un tiempo, empezó a sospechar que tanta vida diluida en líquidos cadavéricos al fondo del pozo, por una fortuita alquimia podrían haberse transformado en el elixir maldito de la vida eterna.
El templo derruido en el que se convirtió su cuerpo está recibiendo la peor de las condenas. Anselmo acepta la pena con sumisión y bebe a sorbos el agua putrefacta de todos sus muertos con la que el capataz lo hidrata a diario.
Eusebio Luna, ignora ser el instrumento que posibilita la venganza. Inocente, concentra toda su fe en la magia de cada gota. Moja los labios torcidos de esa momia que apenas late, rogando que perdure, al menos, hasta que logren reunir las ansiadas cincuenta mil almas en Villa Consuelo.

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Mensajes: 11

Uriadna, Lun Feb 19, 2024 9:15 pm

Entretenida lectura, muy bien escrito y lo suficientemente atrapante sin ser abrumador. Inocente recorrido de elementos mágicos y morbidos. Celebro tan impune creatividad.