Sonidos de mi infancia
Escuché un ruido y me escondí en el armario. Fue un ruido entre cientos de ruidos, pero distinto. Hacía tiempo que se oían ruidos en casa, y gritos. Desde que comenzaron, las plantas del jardín trasero se hacían cada vez más grandes, como si esos gritos las hubieran hecho crecer, como si en lugar de savia llevaran por dentro muchos ruidos y gritos. Teníamos un tilo y enredaderas y jazmines y palmeras y rosales y calas y helechos y muchas otras plantas que se iban enredando como víboras. Parecía que se abrazaban, como si ellas también tuvieran miedo. El jardín se transformó en un bosque y la luz del sol ya no le llegaba. Era sombrío, frío, sin esas flores coloridas que mamá tanto cuidaba cuando nos mudamos a esa casa. Yo ya no quería ir al jardín. Allí quedaron mi pelota de cuero, los patines y la bicicleta que me habían traído los Reyes, pero no me importaba. Preferí dejarlos antes que volver allí.
Una tarde, los ruidos eran tan fuertes que, por la ventana de la cocina que daba al jardín, que ya no era un jardín sino un bosque, las ramas del tilo y los arbustos comenzaron a colarse entre los vidrios abiertos. Le pedí a mamá que nunca más me sirviera el desayuno y la comida en la cocina; ya no era luminosa y me daba miedo, mucho miedo. Lloraba tanto cuando se lo pedí que ella también se entristeció.
Aquel día, mientras merendaba en el comedor, otra vez comenzaron los gritos, y se escuchó un sonido tan fuerte y diferente a todos los ruidos, que salí corriendo a esconderme. No quería ver cómo esas plantas salvajes también me dejaban sin comedor. Comencé a temblar y corrí lo más rápido que pude hasta mi cuarto. Cerré la puerta para que no pudieran entrar y me quedé quietito en el armario, por miedo a que se repitiera ese ruido. Allí todo estaba quieto, tranquilo; no sabía si era sólo en mi escondite o si toda la casa se había silenciado. Esperé paciente a que mamá me buscara. No quería volver al comedor. Perdí la noción del tiempo. Sabía que mamá ya no vendría y que papá, como siempre, la habría dejado llorando.
Quise recordarla tomando sol en el jardín, cantado las canciones que sonaban en su viejo grabador, cuando yo jugaba a la pelota y me miraba sonriendo; yo sabía que ella controlaba que no le arruinara sus canteros de rosales y margaritas. Su risa contagiosa, música, papá llegando del trabajo, ruidos, gritos…
Escuché que alguien me llamaba. No reconocí esa voz hasta que se abrió la puerta del armario. Una luz azul se colaba con intermitencia por la ventana de mi cuarto. El sonido de una sirena me aturdía cuando se llevaba los ruidos y gritos de la casa.
−Vamos, Ramirito. Vamos así jugás un rato con los chicos y te quedás a cenar y a dormir con ellos −me invitó Susana, la vecina de al lado, con los ojos llorosos y una sonrisa dulce.
No me animé a preguntarle nada. Temí que las plantas hubieran atrapado a mamá. Nunca más volví a esa casa.
Patricia A Coria
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ENTREVISTA A MARTÍN KOHAN
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Hola, les comparto el cuento "Sonidos de mi infancia". Espero que les guste.
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Ana Caliyuri, Mié Dic 06, 2023 9:19 pm
Los ruidos de la mente...una maravillosa manera de describir el miedo.
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mabel, Mié Dic 06, 2023 9:45 pm
muuuy lindo
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marine, Mié Dic 06, 2023 10:02 pm
me atrapo ,saludos