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DOS OJOS QUIETOS
Federico Vilar

Fue durante el último verano, antes de graduarse. Había llegado a la estancia para las fiestas y se iba a quedar unos meses. Tenía que preparar exámenes, pasar tiempo con los abuelos y decidir algunas reformas en el campo.

A los pocos días, se quedó solo: su padre se fue con los troperos hasta otra estancia, a varios kilómetros. Tardaría en volver. Lo único que le quedaba era concentrarse en los apuntes y prepararles la comida a los abuelos, que no salían de la habitación; charlar con el encargado; o fumar hasta muy tarde, con una copa en la mano, escuchando al mayordomo. En una de esas charlas, se enteró de
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LAS COSAS BONITAS Y LOS SERES DE ESTE MUNDO
Graciela Scarlatto

El cacareo aumenta. Don Fernández se hunde en la lluvia y la noche se lo traga junto al gallinero. Desde la puerta, los demás no ven nada. Solo presienten las manos en la oscuridad. Con los nervios de punta, don Fernández tantea los cogotes emplumados, los dedos rojos de picotazos. Chapotea en el guano. Desde la puerta del patio, Alfredo, como lugarteniente, espera.

–Dele, don Fernandez, que se viene piedra.
–¿Qué hace? ¿A vos te parece, esta locura? –dice Berta.
–No. Tu padre está viejo... –disculpa Alfredo, para apaciguar.

La tragedia, sin embargo, ya está instalada en la casa. Ella no oculta el ataque de furia. El venidero guano en los zapatos del viejo empieza a desatar en su cabeza un rayo de odio. Está preocupada por las baldosas pulidas, incluso trapeadas hace apenas un rato, después de cenar. Un trueno descarga una bomba en la noche y rebota en el techo a dos
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EL MAMELUCO DEL FRIGORÍFICO
Mariel Pardo

Muchas veces debí guita. En esa oportunidad era gente pesada. Me escondí un tiempo, no dejándome ver por donde solía parar. Tenía toda la sensación de que me andaban vigilando. Yo sabía que no iba a pasar mucho hasta que me encontraran, pero no tenía idea de qué hacer.

Una mañana, saliendo de casa, me agaché detrás del vecino que abrió la puerta del pasillo –precaución que solía tomar antes de salir a la calle- y los vi. Dos tipos de aspecto jodido. Me di vuelta, salté la medianera y me escapé por la casa de al lado. Me puse un mameluco que encontré colgado y caminé rapidito en dirección contraria a la esquina en donde se habían parado los dos. La ropa estaba manchada de sangre seca en la pechera. Era de Antonio, un muchacho que trabajaba en el frigorífico. Tenía ese olor
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